Por Gerardo Cartagena Crespo
¿Alguna vez te has preguntado cómo fue la prueba de los espíritus en el momento de ser creados? ¿Por qué Dios los puso a prueba? ¿Cómo fue dicha prueba? ¿Qué motivó a Lucifer a optar en contra de Dios?
Estas preguntas (y otras tantas más) que pudiéramos hacer, serán contestadas en toda su plenitud y profundidad cuando estemos ante la presencia de Dios en su Reino celestial. Aquí, en este mundo, a lo más que podemos llegar es a conjeturar (reflexionando en lo que Dios se ha dignado revelarnos por medio de la Divina Revelación).
La siguiente narración, a modo de cuento, nos ayudará a entender algo de lo que pudo haber sucedido en ese instante glorioso para unos y desastroso para otros.
También espero que este cuento ayude a que nuestra elección sea la correcta. Dios nos ilumine y guíe en nuestro camino a la eternidad.
El AMOR
Nuestra historia comienza cuando aún la materia y el tiempo eran inexistentes, cuando sólo existía el Amor. Y el Amor existía por sí mismo, pues su esencia es existir. En sí mismo se regocijaba, su felicidad era infinita y eterno su gozo, por lo que nada necesitaba, pues en Él estaba la plenitud del ser. Él es la Luz inacabable, el Fuego inextinguible, la Caridad que todo lo llena y todo lo abarca: sin limites, sin distancias, sin tiempo. La eternidad es su estado actual, su hoy y ahora, y lo infinito su morada.
El Amor, por no ser egoísta, y conociendo en sí mismo a otros seres capaces de amar en el Amor, quiere que ellos también tengan parte de su dicha, felicidad y gozo inenarrable e indescriptible, unidos por el fuego abrazador de la caridad.
Por ser el Amor absoluta e infinitamente libre, estos seres, capaces de conocerse a sí mismos y conocer a otros, deberán amar con toda libertad; su elección al Amor deberá ser sin coacción, completamente libres, pues ¿para qué crear seres que ya amen al Amor sin previa elección de su parte? ¿Cómo gozar y disfrutar de algo que se nos ha impuesto? El esclavo, por muy bueno que sea su amo, sigue siendo esclavo, y podrá amar a su amo por lo bueno que es con él, pero no con la misma intensidad de un ente libre y que desearía no estar sujeto a nadie. El esclavo quiere a su amo, no porque sea su amigo -puesto que no lo es- sino por lo bien que se porta el amo. Por muy buena que sea una cosa, si es impuesta no se puede gozar ni disfrutar, ni mucho menos amar con la intensidad, deseo y conciencia que requiere el objeto a ser conocido y amado. Si este objeto es el Amor, con muchísima más razón la libre elección es necesaria para que haya una verdadera correspondencia mutua entre el Amor y el ser que puede amar.
Pero la libertad conlleva un riesgo; la libre elección envuelve más de una opción, opción que es determinada por el conocimiento, deseo y querer del ente libre. En este caso, la opción, producto de una verdadera libertad y desprendimiento propio para entregarse al otro, es el bien. La opción contraria, el mal, es producto de mirarse a sí mismo y cerrarse a los demás y usando a los demás para su propio disfrute egoísta, convirtiéndose en esclavo de sus propias pasiones y deseos.
El Amor por ser Vida, es fuente y origen de la vida, y llegado el "momento" establecido por el Amor engendra, crea y da ser a la vida. Y esa vida se manifiesta en sus criaturas, sobre todo en aquellas capaces de conocerse a sí mismas, a otros y al Amor.
El Amor por ser Vida, es fuente y origen de la vida, y llegado el "momento" establecido por el Amor engendra, crea y da ser a la vida. Y esa vida se manifiesta en sus criaturas, sobre todo en aquellas capaces de conocerse a sí mismas, a otros y al Amor.
Cuando el Amor crea a los espíritus puros, no los crea contemplando al Amor, pues la misma contemplación del Amor los incapacitaría para elegir libremente (la elección de algo por parte del que conoce debe ser libre, de lo contrario no hay plena satisfacción ni valoración del objeto. Así, cuando a un niño se le impone el que tiene que leer un libro, por muy bueno que sea éste, si él no quiere, regularmente no le encontrará gusto en su lectura. Cuando a un adulto se le exige que en tal día deberá extenderse varias horas de trabajo, posiblemente le agrade y lo acepte por la bonificación que recibirá de esas horas extras, pero muy posiblemente realizará el trabajo no con el mismo esmero, entusiasmo e interés que si lo realizara por propia iniciativa).
Así, del mismo modo, si el Amor creara entes capaces de razonar o intuir, es decir, seres inteligentes confirmados en el amor, o sea, contemplando ya su esencia divina, disfrutarían y gozarían de dicha contemplación, no por el Amor en sí, pues Él no ha sido su elección libre y voluntariamente aceptada, sino que el bienestar de dichas criaturas (ángeles, por ejemplo) estaría fundamentada en el gozo y felicidad de dicha contemplación.
Primer acto externo del Amor: La Creación
El Amor, en un acto puro de su libertad, da origen y existencia a los primeros seres, seres espirituales que, como Él, son capaces de conocerse a sí mismos y a otros seres en el amor.
De repente, como millones de luces que se encienden al instante después de la explosión de fuegos artificiales, en un acto de amor, aparecen unos seres resplandecientes como el fuego y cuya belleza es indescriptible, pues carecen de forma física, mas bien en ellos se refleja la belleza, bondad y hermosura de su Creador. En ese instante se ven a sí mismos y comprenden la grandeza y dignidad de su esencia, pero cuando se miran unos a otros comprenden que su ser y existir no es fruto del 'azar', de la casualidad, sino que en ese instante (pues en ellos no existe las limitaciones humanas en las que necesitamos unas series de operaciones para poder llegar a conocer y entender una cosa) llegan al pleno conocimiento de que han sido creados por Otro quien les ha dado el ser. Y al llegar a ese conocimiento del Ser Absoluto, en ese instante, en un acto libre de su voluntad, comienzan a amarse y a amar a los demás seres existentes. Ese amor mutuo les lleva a desear, en un acto libre de su voluntad, a amar y unirse a Aquel que los creó.
La primera rebelión y el primer grito de guerra
Pero, mientras sucedía todo esto, otro grupo de espíritus -como una tercera parte- al contemplarse a sí mismos y comprender la grandeza y belleza de su esencia, en un acto libre de su voluntad, prefirieron continuar viéndose a sí mismos. Uno de ellos, el que por su grandeza y belleza se distinguía del resto de los espíritus, en un intercambio intelectual con los otros espíritus (pues su lenguaje no es al estilo humano, sino puramente intelectual, intuitivo, sin palabras, es decir, sin las limitaciones del lenguaje humano. Lo que conocen lo conocen en un instante y en plenitud -sin las limitaciones e imperfecciones del pensamiento humano que se guía y rige por la razón, de aquí que es cambiante-. Es así que la aceptación o rechazo de un objeto o concepto es irrevocable, para siempre), comienza a manifestar lo grande y maravilloso de su ser, la belleza y luminosidad de su entidad.
--¡Escuchen todos! He llegado a entender que mi esencia de grandeza ha surgido para ser señor y estar por encima de todos, con dominio y autoridad sobre todos. Por eso, les exijo que vengan y me brinden reverencia como bien merece el que es superior a ustedes.
Todos los espíritus, ante tal atrevimiento se mostraron 'sorprendidos'. Los que prefirieron verse a sí mismos lo 'miraban' con desprecio, pero aprobaban su intención; mientras los que optaron por el Absoluto se llenaron de indignación y a la misma vez de 'tristeza' al comprender la mala y equivocada decisión que uno de los suyo había hecho.
En ese instante se oye un grito que retumba todo el 'lugar':
--¡¿Quién cómo Dios?!-- Era uno que, con 'mirada' como de fuego, dejaba sentir su indignación y disgusto ante tal atrevimiento.
--¡¿Qué?!-- Responde el espíritu rebelde y todos los que como él se habían desviado.
--He dicho: ¡¿Quién cómo Dios?!-- Pero esta vez con mayor fuerza y coraje.
--¡¿Dios?! ¡¿Quién es ése?!
--¿Tan nublado te ha dejado tu propia contemplación que no has podido entender la razón de tu existencia, la verdadera razón? A pesar de todo, sí sabes a Quien me refiero, pues el origen y comienzo de nuestro ser es una clara y evidente manifestación de su Poder.
»Escuchen todos, hemos sido creados y existimos hoy para un fin, para un propósito. Nuestra naturaleza nos grita que somos reflejos de Aquel que nos ha dado el ser. Si 'ayer' no éramos y hoy somos, es porque Alguien ha querido revelarnos cosas maravillosas y grandiosas que ahora no entendemos, pero luego se nos revelarán cuando Él se nos manifieste tal como él es.
--Dios, Él, el Absoluto. ¡Ja! ¡¿Dónde está que no lo puedo ver?! Yo y todos ustedes somos fruto de la casualidad, del azar. No existe nada ni nadie por el que yo pueda entender otra realidad que ésta en la que nos ha tocado existir.
--Sí, es verdad, no puedes ver ni entender al que es la Causa de tu existir, pues al contemplarte a ti mismo te has preferido por encima del Todo. No has podido ni puedes, porque no has querido ni quieres ver en ti, ni mucho menos en los demás al que ha hecho de ti lo que ahora eres, por eso, serás tú quien te harás lo que serás.
»Escuchen todos lo que les voy a decir: el Uno es la causa y razón de ser de todas las cosas. Es quien da valor a todo lo que existe. En una ocasión se encuentra con la Nada: sola, desposeída, sin valor alguno, el estado más triste y angustioso de la no existencia, del no ser. El Uno le dice a la Nada:
"Ven, acompáñame, y serás alguien y tendrás valor. Serás dichosa y feliz".
»Cuando la Nada se unió al Uno su identidad comenzó a tener sentido, pues comenzaba a existir en ella el ser. Su dicha y felicidad junto al Uno la llenaban y colmaban, mientras el Uno era muy feliz al comunicarle el ser. Así que, ya no era la Nada, pues tenía identidad propia. En una ocasión, al contemplarse tal cual era ahora, se sintió tan importante y tan grande que se olvido del Uno y de donde el Uno la había sacado, y se dijo: "Ahora soy alguien, soy grande, tengo mi propia identidad, así que no necesito del Uno para continuar seguir siendo lo que soy". En su soberbia no se daba cuenta que dependía del Uno para continuar en el ser. El Uno, conociendo su interior, muy triste le dice: "No intentes apartarte de mí, pues será tu ruina si así lo haces". Pero la que una vez fue la Nada, y ahora es, no escuchó razones y se prefirió a sí misma. En el momento oportuno se separó del Uno, pero para su desgracia cayó en un abismo sin fondo, en el abismo del no ser, y volvió a ser la Nada. Porque su decisión fue libre y voluntaria ya no había retorno.
»Así te está pasando a ti y a los demás que, como tú, se han preferido a sí mismos obscureciendo su entendimiento hasta el punto de incapacitarse para ver la Verdad. Yo, y los que conmigo hemos optado por..."-- En este instante su naturaleza comienza a aumentar en brillo y resplandor, y un gran gozo y felicidad inunda todo su ser y, como fuera de sí, dice: «¡Oh! ¡Qué maravilloso eres! En Ti sólo puede existir el puro y deleitable bien, la pura y deliciosa belleza, pues he comprendido lo que eres, y sólo me falta poder verte y poseerte: eres el Amor.»
Los demás espíritus se quedaron maravillados ante lo ocurrido. Los espíritus que permanecieron en el bien se llenaban de gozo al contemplar y al recibir, por parte del Ángel Miguel, por medio del entendimiento, lo que es el Amor. Los otros espíritus se llenaron de envidia, sobre todo Lucifer, que no se explicaba lo ocurrido y dijo:
--¡Escuchen todos! Acabemos de una vez por todas con todas esas tonterías. No existe nada más que lo que podemos comprender por nuestro propio entendimiento. Yo, por mi parte, he decidido construir mi reino, aun en contra de ustedes.
Miguel, con una mirada de fuego devorador, dice:
--¡Cállate! Pues no mereces ni siquiera volver al no ser. Te has hecho indigno de poseer las cualidades y dignidad que ahora posees, pues son un reflejo de Aquel que Es. Tu grandeza es nada, se la debes a Él; tu belleza es nada, pues de Él procede; tu luz es ahora tinieblas, pues de la verdadera Luz te has alejado; en ti ya no hay verdad, pues has rechazado y despreciado a Aquel que lo conoce y lo ve todo. Desde la eternidad a la eternidad Él es Dios, y nadie ni nada es fuera de Él.
»Oh desgraciados, como osan oponerse al Amor Eterno e infinito, ahora que ha querido manifestarse a nosotros para que en nosotros resplandezca con poder y gloria manifestándonos su bondad, él que es la misma Bondad; y su misericordia, él que es la misma Misericordia.
»¡Apártense del que es Tres veces Santo todos los que se han preferido a sí mismos en vez del Amor! Que la Verdad del que Es les haga entender la miseria y la ruina que han elegido.»
Cuando Lucifer intentó vociferar contra Miguel y sus ángeles, unas como espadas de fuego aparecieron delante de cada espíritu bueno. En ese instante, en medio de una luz inmensa aparece la Gloria del Eterno con 'mirada' amorosa hacia los que le eligieron, produciendo en ellos tal gozo, tal felicidad que su opción por el Amor quedó confirmada para toda la eternidad. Mientras Lucifer y demás espíritus que optaron por ellos mismos, comprendieron que su opción, libre y voluntaria hacia ellos mismos, en realidad fue una opción contra el Amor.
Al entenderlo así se aferraron con grande furia y soberbia a su propia elección, quedando por ellos mismos y por su culpa marcados y confirmados en el mal para toda la eternidad. La Visión del Eterno, no como el Amor, sino como el Justo que da a cada cual lo que se merece, llena de espanto y a la misma vez de rabia surgiendo en ellos tal odio, pues habían matado en su ser al amor, que comenzaron a vociferar y a blasfemar contra Dios y sus ángeles. Miguel, lleno del santo temor y respeto amoroso a Dios, se llena de tal indignación y santo coraje que, agarrando su espada de fuego (la cual contiene una inscripción: «Defensor de la Verdad»), y la emprende contra Lucifer. Los demás espíritus toman sus respectivas espadas con diferentes inscripciones, y en pos de Miguel la emprenden contra los demás espíritus rebeldes.
Estos al ver que no pueden soportar la defensa de los espíritus buenos, emprenden la fuga, pero, ¿hacia dónde? En ese momento se abre un abismo producido por la fuerza de su mismo odio, puesto que cuando emprendieron la huida, no estaban huyendo de los espíritus buenos, sino del Amor. Y al huir del Amor pierden el reflejo que les comunicaba el Amor.
La luz que ellos reflejaban se convirtió en tinieblas, el bien se convirtió en maldad, la belleza en lo más horrendo y espantoso que criatura alguna puede llegar a ser. Los espíritus buenos se detienen 'espantados' ante la terrible visión.
Los espíritus malos, que ahora se convertían en demonios, en su caída, el fuego que les rodeaba y que fuera el resplandor del Amor de Dios, se transforma en el fuego de la Justicia divina. Es decir, el mismo fuego que les hizo resplandecer con una belleza y dignidad sin igual, dignidad y belleza a la cual, torpe y neciamente, se habían aferrado, viene a ser ahora el fuego de su tormento. Pero si pudiéramos comprender lo que verdaderamente atormenta a los demonios (y demás condenados), evitaríamos nuestra propia y egoísta complacencia, pues no es el fuego el mayor tormento, sino la pérdida del Sumo Bien; la pérdida, por toda la eternidad, del Amor.
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Todos los espíritus, ante tal atrevimiento se mostraron 'sorprendidos'. Los que prefirieron verse a sí mismos lo 'miraban' con desprecio, pero aprobaban su intención; mientras los que optaron por el Absoluto se llenaron de indignación y a la misma vez de 'tristeza' al comprender la mala y equivocada decisión que uno de los suyo había hecho.
En ese instante se oye un grito que retumba todo el 'lugar':
--¡¿Quién cómo Dios?!-- Era uno que, con 'mirada' como de fuego, dejaba sentir su indignación y disgusto ante tal atrevimiento.
--¡¿Qué?!-- Responde el espíritu rebelde y todos los que como él se habían desviado.
--He dicho: ¡¿Quién cómo Dios?!-- Pero esta vez con mayor fuerza y coraje.
--¡¿Dios?! ¡¿Quién es ése?!
--¿Tan nublado te ha dejado tu propia contemplación que no has podido entender la razón de tu existencia, la verdadera razón? A pesar de todo, sí sabes a Quien me refiero, pues el origen y comienzo de nuestro ser es una clara y evidente manifestación de su Poder.
»Escuchen todos, hemos sido creados y existimos hoy para un fin, para un propósito. Nuestra naturaleza nos grita que somos reflejos de Aquel que nos ha dado el ser. Si 'ayer' no éramos y hoy somos, es porque Alguien ha querido revelarnos cosas maravillosas y grandiosas que ahora no entendemos, pero luego se nos revelarán cuando Él se nos manifieste tal como él es.
--Dios, Él, el Absoluto. ¡Ja! ¡¿Dónde está que no lo puedo ver?! Yo y todos ustedes somos fruto de la casualidad, del azar. No existe nada ni nadie por el que yo pueda entender otra realidad que ésta en la que nos ha tocado existir.
--Sí, es verdad, no puedes ver ni entender al que es la Causa de tu existir, pues al contemplarte a ti mismo te has preferido por encima del Todo. No has podido ni puedes, porque no has querido ni quieres ver en ti, ni mucho menos en los demás al que ha hecho de ti lo que ahora eres, por eso, serás tú quien te harás lo que serás.
»Escuchen todos lo que les voy a decir: el Uno es la causa y razón de ser de todas las cosas. Es quien da valor a todo lo que existe. En una ocasión se encuentra con la Nada: sola, desposeída, sin valor alguno, el estado más triste y angustioso de la no existencia, del no ser. El Uno le dice a la Nada:
"Ven, acompáñame, y serás alguien y tendrás valor. Serás dichosa y feliz".
»Cuando la Nada se unió al Uno su identidad comenzó a tener sentido, pues comenzaba a existir en ella el ser. Su dicha y felicidad junto al Uno la llenaban y colmaban, mientras el Uno era muy feliz al comunicarle el ser. Así que, ya no era la Nada, pues tenía identidad propia. En una ocasión, al contemplarse tal cual era ahora, se sintió tan importante y tan grande que se olvido del Uno y de donde el Uno la había sacado, y se dijo: "Ahora soy alguien, soy grande, tengo mi propia identidad, así que no necesito del Uno para continuar seguir siendo lo que soy". En su soberbia no se daba cuenta que dependía del Uno para continuar en el ser. El Uno, conociendo su interior, muy triste le dice: "No intentes apartarte de mí, pues será tu ruina si así lo haces". Pero la que una vez fue la Nada, y ahora es, no escuchó razones y se prefirió a sí misma. En el momento oportuno se separó del Uno, pero para su desgracia cayó en un abismo sin fondo, en el abismo del no ser, y volvió a ser la Nada. Porque su decisión fue libre y voluntaria ya no había retorno.
»Así te está pasando a ti y a los demás que, como tú, se han preferido a sí mismos obscureciendo su entendimiento hasta el punto de incapacitarse para ver la Verdad. Yo, y los que conmigo hemos optado por..."-- En este instante su naturaleza comienza a aumentar en brillo y resplandor, y un gran gozo y felicidad inunda todo su ser y, como fuera de sí, dice: «¡Oh! ¡Qué maravilloso eres! En Ti sólo puede existir el puro y deleitable bien, la pura y deliciosa belleza, pues he comprendido lo que eres, y sólo me falta poder verte y poseerte: eres el Amor.»
Los demás espíritus se quedaron maravillados ante lo ocurrido. Los espíritus que permanecieron en el bien se llenaban de gozo al contemplar y al recibir, por parte del Ángel Miguel, por medio del entendimiento, lo que es el Amor. Los otros espíritus se llenaron de envidia, sobre todo Lucifer, que no se explicaba lo ocurrido y dijo:
--¡Escuchen todos! Acabemos de una vez por todas con todas esas tonterías. No existe nada más que lo que podemos comprender por nuestro propio entendimiento. Yo, por mi parte, he decidido construir mi reino, aun en contra de ustedes.
Miguel, con una mirada de fuego devorador, dice:
--¡Cállate! Pues no mereces ni siquiera volver al no ser. Te has hecho indigno de poseer las cualidades y dignidad que ahora posees, pues son un reflejo de Aquel que Es. Tu grandeza es nada, se la debes a Él; tu belleza es nada, pues de Él procede; tu luz es ahora tinieblas, pues de la verdadera Luz te has alejado; en ti ya no hay verdad, pues has rechazado y despreciado a Aquel que lo conoce y lo ve todo. Desde la eternidad a la eternidad Él es Dios, y nadie ni nada es fuera de Él.
»Oh desgraciados, como osan oponerse al Amor Eterno e infinito, ahora que ha querido manifestarse a nosotros para que en nosotros resplandezca con poder y gloria manifestándonos su bondad, él que es la misma Bondad; y su misericordia, él que es la misma Misericordia.
»¡Apártense del que es Tres veces Santo todos los que se han preferido a sí mismos en vez del Amor! Que la Verdad del que Es les haga entender la miseria y la ruina que han elegido.»
Cuando Lucifer intentó vociferar contra Miguel y sus ángeles, unas como espadas de fuego aparecieron delante de cada espíritu bueno. En ese instante, en medio de una luz inmensa aparece la Gloria del Eterno con 'mirada' amorosa hacia los que le eligieron, produciendo en ellos tal gozo, tal felicidad que su opción por el Amor quedó confirmada para toda la eternidad. Mientras Lucifer y demás espíritus que optaron por ellos mismos, comprendieron que su opción, libre y voluntaria hacia ellos mismos, en realidad fue una opción contra el Amor.
Al entenderlo así se aferraron con grande furia y soberbia a su propia elección, quedando por ellos mismos y por su culpa marcados y confirmados en el mal para toda la eternidad. La Visión del Eterno, no como el Amor, sino como el Justo que da a cada cual lo que se merece, llena de espanto y a la misma vez de rabia surgiendo en ellos tal odio, pues habían matado en su ser al amor, que comenzaron a vociferar y a blasfemar contra Dios y sus ángeles. Miguel, lleno del santo temor y respeto amoroso a Dios, se llena de tal indignación y santo coraje que, agarrando su espada de fuego (la cual contiene una inscripción: «Defensor de la Verdad»), y la emprende contra Lucifer. Los demás espíritus toman sus respectivas espadas con diferentes inscripciones, y en pos de Miguel la emprenden contra los demás espíritus rebeldes.
Estos al ver que no pueden soportar la defensa de los espíritus buenos, emprenden la fuga, pero, ¿hacia dónde? En ese momento se abre un abismo producido por la fuerza de su mismo odio, puesto que cuando emprendieron la huida, no estaban huyendo de los espíritus buenos, sino del Amor. Y al huir del Amor pierden el reflejo que les comunicaba el Amor.
La luz que ellos reflejaban se convirtió en tinieblas, el bien se convirtió en maldad, la belleza en lo más horrendo y espantoso que criatura alguna puede llegar a ser. Los espíritus buenos se detienen 'espantados' ante la terrible visión.
Los espíritus malos, que ahora se convertían en demonios, en su caída, el fuego que les rodeaba y que fuera el resplandor del Amor de Dios, se transforma en el fuego de la Justicia divina. Es decir, el mismo fuego que les hizo resplandecer con una belleza y dignidad sin igual, dignidad y belleza a la cual, torpe y neciamente, se habían aferrado, viene a ser ahora el fuego de su tormento. Pero si pudiéramos comprender lo que verdaderamente atormenta a los demonios (y demás condenados), evitaríamos nuestra propia y egoísta complacencia, pues no es el fuego el mayor tormento, sino la pérdida del Sumo Bien; la pérdida, por toda la eternidad, del Amor.
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