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LA VERDAD / Por Beato Carlos M. Rodríguez

 


El Beato Carlos Manuel escribió este ensayo el 25 de abril de 1947, en presencia de su maestra de Español Básico. La maestra dudaba que los trabajos que entregaba Carlos Manuel fueran de su autoría. La duda se debía a que Carlos Manuel no podía asistir a clase con regularidad debido a su delicada condición de salud. Por eso en una ocasión, le exigió que escribiera en su presencia.


La verdad es una gran señora. Es una dama única de alta alcurnia, de noble estirpe. Es sencilla. Se adorna con dos joyas que lleva siempre prendidas al pecho. Estas son símbolos de cualidades intrínsecas suyas.

Una de estas joyas es clara y transparente como el agua del manantial, como el cristal incoloro. Solo a través de ella puede captarse y verse la realidad objetiva. Es una joya muy rara y desconocida, lo cual hace que la mayoría no sepa aquilatarla en su justo valor. Se llama la humildad.

La otra es roja como el rubí. Es la caridad, el amor. El amor genuino no puede existir si no procede de la verdad. La verdad ama al equivocado, aún a aquel que de ella se burla y la persigue, y cual madre cariñosa quisiera traerlo a su seno para alimentarlo con su substancia pura y sin mezcla de contaminación. Quiere, se desvela, se afana por darle la vida genuina y la vista intelectual de la cual éste carece. Ella ama al equivocado como solo una madre verdadera puede hacerlo, pero no transige con el error. No puede hacerlo, su misma esencia peligraría. Dejaría de ser lo que es si llegara a contemporizar con el error. Ella no conoce las transacciones de conveniencia. No quiere, se opone, resiste a hacer concesiones. ¿Orgullo ¿Terquedad? ¿Estrechez? No, no puede ser. No es eso.

La verdad es humilde, porque la humildad verdadera, germina en la verdad. La verdad es firme, segura, equilibrada, mas no terca. Ella es amplia como el infinito porque todo lo abarca, pero es una.

El error sí es orgulloso. La soberbia es su esencia. El error es atrevido, irreverente, jactancioso, burlón. No quiere darle paso a la verdad porque sabe que con esto firmaría su propia sentencia de muerte. Es que la verdad posee tal semblante, que una vez contemplada, arrastra en pos de sí al privilegiado que pudo tener la dicha de verla. El error es terco y estrecho, pero es multiple. El error confunde y engaña a las mentes pequeñas, y a veces, con harta frecuencia, para desgracia, a muchos no tan pequeños. Esta es su misión, su razón de ser. Su multiplicidad, sus conseciones, confunden. Se llega a creer que por ser multiple, el error es la libertad. Se llega a pensar que aceptar algo único, algo que excluya lo contrario, lo truncado, lo amalgamado, es una limitación.

En apariencia la verdad limita: la verdad recorta, escoge, selecciona cada cosa y luego la nombra con el nombre propio de su autenticidad intrínseca y substancial. Si digo flor, y lo digo con toda sinceridad y de acuerdo a la realidad objetiva ya no puedo decir que es tallo, ni tierra, ni piedra. Es flor y no hay otra alternativa. ¡Dichosa limitación la que me impone la verdad! Esa es la verdadera libertad. La verdad limita en apariencia pero liberta, da vida, une firmemente. Es siempre interesante y nueva.

El error es siempre opresor y tirano. Sus conseciones son la emboscada que utiliza para engañar y atraer a los incautos. El error es monótono. No une, sino que amalgama lo que es contradictorio entre sí.

Quien con el error transige no ama la verdad, no la conoce. El horror a lo falso es la clave del amor a la verdad. Quien no ama la verdad por encima de todo y a costa de todos los contratiempos y sacrificios, no merece encontrarla ni conocerla. No podemos hacer concesiones de la verdad. No podemos truncarla por una falsa idea de tolerancia, porque no la hemos creado nosotros, no nos pertenece en ese sentido. Hay que aceptarla como es.

Por amor a la verdad atrevámonos a todo sin olvidar que no hay verdad sin caridad, no nos atrevamos a nada que favorezca el error.

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