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EL PROBLEMA DEL MAL EXPLICADO POR CUATRO AUTORES (CATÓLICOS Y NO CATÓLICOS)

CONTENIDO


El problema del mal

CHARLES MOREROD


El problema del mal: ¿cómo puede un Dios bueno permitir el mal?
RICK ROOD

El Mal
HNO. RICARDO QUINTANA CSSR

EL PROBLEMA DEL MAL
Un análisis al problema del mal como obstáculo para creer en la existencia de Dios.
WILLIAM LANE CRAIG




El problema del mal

CHARLES MOREROD


El ateo Le Poidevin formula la dificultad de esta manera: “Si Dios es omnisciente, será consciente del sufrimiento; si es todopoderoso, será capaz de impedir el sufrimiento; y si es absolutamente bueno, deseará impedir el sufrimiento. Pero está claro que no impide el sufrimiento, por tanto o no existe tal Dios, o si existe, no es omnisciente, todopoderoso y absolutamente bueno, aunque puede ser una o dos de esas cosas”. Este autor añade que la evidencia del mal constituye una objeción contra el argumento a favor de la existencia de Dios basado en el orden del universo, pues no hay solo orden, sino también desorden, catástrofes y dolor.


Comte-Sponville precisa el problema distinguiendo entre mal y limitación. “Que haya mal en el mundo (...) se podría comprender y aceptar. Es el precio que pagar por la creación: si el mundo no incluyera mal alguno, sería perfecto; pero si fuera perfecto, sería Dios, y no habría mundo... Sea. Eso puede explicar que haya mal en el mundo. Pero ¿era necesario que hubiera tanto?” Frente a tal abundancia de dolor, “el pecado original da una explicación ridícula u ofensiva”. Comte-Sponville no olvida que de muchos males son responsables los hombres; pero dice que eso no deja intacto a Dios: “¿quién ha creado la humanidad?”, pregunta.


A la respuesta de que Dios permite el mal sin ser cómplice de él porque nos deja libres, Comte-Sponville replica que es inconciliable con la idea de Dios como padre bueno ocultarse y abstenerse “cuando sus hijos son deportados, humillados, asesinados, torturados” en “Auschwitz, el Gulag o Ruanda”.


Hay mal, luego Dios existe


También Tomás de Aquino captó la relación entre la cuestión del mal y la relativa a la existencia de Dios; pero advertía que han de ser planteadas en el orden debido. Empezar por el mal puede llevar a una vía sin salida. Si primero se resuelve la cuestión de la existencia de Dios, el problema del mal no deja de ser un misterio, pero puede ser iluminado hasta cierto punto.


“Boecio -escribe Tomás en la Suma contra los gentiles, III, 71- presenta a un filósofo que pregunta: ‘Si Dios existe, ¿por qué hay mal?’ Habría que razonar al revés: si hay mal, Dios existe. Pues si se suprimiera el orden del bien, no habría mal, que es la privación del bien. Y ese orden no existiría si no existiese Dios”. Por tanto, el problema del mal no decide la cuestión sobre la existencia de Dios, que es previa. Análogamente, el desorden al que se refiere Le Poidevin presupone un orden, lo que remite al origen de ese orden.


El conocimiento que Dios tiene del mal que los hombres cometen no le hace cómplice, porque no impone necesidad a las acciones humanas, advierte santo Tomás.


Sobre la libertad y el mal, Tomás de Aquino subraya que Dios ha dotado a sus criaturas de verdadera capacidad de actuar, lo que implica que sus acciones tengan consecuencias reales. Si a las criaturas libres no les permitiera causar efectos malos, tal libertad sería ficticia. Por tanto, dice Tomás, “Dios permite que se produzcan algunos males para que no resulten impedidos muchos bienes”: la misma libertad, la capacidad de enmendarse, el heroísmo en la resistencia al mal, la solidaridad con los que sufren...


Pero, como con toda la tradición cristiana recuerda Morerod, el mal, sobre todo el sufrimiento de los inocentes, es un problema que ningún razonamiento puede resolver del todo. El mayor esclarecimiento es aporte de la fe, y viene de la cruz y la resurrección de Cristo, que ha dado al sufrimiento valor y sentido por encima de toda previsión humana. Pero esta luz no elimina el misterio.


Tomado de aceprensa.com



El problema del mal:
¿cómo puede un Dios bueno permitir el mal?

Rick Rood


Se plantea el problema del mal y el sufrimiento y se analiza desde distintos puntos de vista

El Problema del Mal - Introducción



John Stott ha dicho que "el hecho del sufrimiento indudablemente constituye el desafío individual más grande a la fe cristiana." Es incuestionablemente cierto que no hay un obstáculo mayor a la fe que el de la realidad del mal y del sufrimiento en el mundo. Por cierto, aun para el cristiano creyente, no hay una prueba mayor de la fe que ésta - que el Dios que lo ama le permita sufrir, a veces en formas intolerables. Y la desilusión se ve intensificada en nuestro tiempo cuando las expectativas irreales de salud y de prosperidad son alimentadas por las enseñanzas de una multitud de maestros cristianos. ¿Por qué permite un buen Dios que sus criaturas, y aun sus hijos, sufran?

Primeramente, es importante distinguir entre dos tipos de mal: el mal moral y el mal natural. El mal moral es el resultado de las acciones de criaturas libres. El asesinato, la violación y el robo son ejemplos de esto. El mal natural es el resultado de procesos naturales tales como terremotos e inundaciones. Por supuesto, a veces ambos tipos se encuentran entremezclados, como cuando una inundación da como resultado la pérdida de vidas humanas debido a una mala planificación o a la construcción defectuosa de edificios.

Es importante también identificar dos aspectos del problema del mal y del sufrimiento. Primero, está el aspecto filosófico o apologético. Este es el problema del mal enfocado desde el punto de vista del escéptico que desafía la posibilidad o la probabilidad de que exista un Dios que permita tal sufrimiento. Al enfrentarnos a este desafío apologético debemos utilizar las herramientas de la razón y la evidencia para "dar razón de la esperanza que hay en nosotros."(1 Pedro 3:15)

En segundo lugar, está el aspecto religioso o emocional del problema del mal. Este es el problema del mal enfocado desde la perspectiva del creyente cuya fe en Dios está siendo aquilatada severamente mediante una prueba. ¿Cómo podemos amar y adorar a Dios cuando Él permite que suframos en estas formas? Al enfrentar el desafío religioso/moral, debemos apelar a la verdad revelada por Dios en las Escrituras. Abordaremos ambos aspectos del problema del mal en este ensayo.

Es útil también distinguir entre dos tipos del aspecto filosófico o apologético del problema del mal. El primero, es el desafío lógico a la creencia en Dios. Este desafío dice que es irracional y, por lo tanto, imposible creer en la existencia de un Dios bueno y poderoso en base a la existencia del mal en el mundo. El desafío lógico es planteado usualmente en forma de una declaración del siguiente tipo:
  1. Un Dios bueno destruiría el mal.
  2. Un Dios todopoderoso podría destruir el mal.
  3. El mal no está siendo destruido.
  4. Por lo tanto, es imposible que exista tal Dios bueno y poderoso.
Es lógicamente imposible creer que tanto el mal como un Dios bueno y poderoso existan en la misma realidad, porque tal Dios ciertamente podría destruir el mal, y lo haría.

Por otro lado, el desafío de la evidencia arguye que, si bien puede ser racionalmente posible creer que tal Dios existe, es altamente improbable o inverosímil que exista. Tenemos evidencia de tanto mal que aparentemente no tiene ningún propósito y de una intensidad tan horrorosa. ¿Por qué razón válida un Dios bueno y poderoso permitiría la cantidad y el tipo de males que vemos alrededor nuestro?

Estos temas son de una naturaleza extremadamente importante - no sólo al tratar de defender nuestra creencia en Dios, sino también al vivir nuestras vidas cristianas.

El Problema Lógico del Mal

Hemos señalado que hay dos aspectos del problema del mal: el aspecto filosófico o apologético y el religioso o emocional. Señalamos también que dentro del aspecto filosófico hay dos tipos de desafíos a la creencia en Dios: el lógico y el de la evidencia.

David Hume, el filósofo del siglo dieciocho, expresó el problema lógico del mal cuando preguntó acerca de Dios, "¿Está Él dispuesto a impedir el mal, pero no puede? Entonces es impotente. ¿Puede hacerlo pero no está dispuesto? Entonces es maligno. ¿Está a la vez dispuesto a hacerlo y puede hacerlo? ¿Dónde está el mal?" (Craig, 80). Cuando el escéptico desafía la creencia en Dios en base al problema lógico del mal, está sugiriendo que es irracional o imposible lógicamente creer en la existencia simultánea de un Dios bueno y poderoso y en la realidad del mal y del sufrimiento. Sería imposible que tal Dios permitiera que existiera el mal.

La clave para la resolución de este conflicto aparente está en reconocer que cuando decimos que Dios es todopoderoso no estamos sugiriendo que Él sea capaz de hacer cualquier cosa imaginable. Es cierto, las Escrituras declaran que "para Dios todo es posible (Mt. 19:26). Pero las Escrituras también dicen que hay algunas cosas que Dios no puede hacer. Por ejemplo, Dios no puede mentir (Tito 1:2). Tampoco puede ser tentado por el pecado, ni puede tentar a otros para que pequen (Stg. 1:13). En otras palabras, Él no puede hacer nada que esté "fuera de carácter" para un Dios justo. Tampoco puede hacer nada que esté fuera de carácter para un ser racional en un mundo racional. Ciertamente, ni aun Dios puede "deshacer el pasado," o crear un triángulo cuadrado, o hacer que lo falso sea verdadero. Él no puede hacer lo que es irracional o absurdo.

Y es en base a esto que llegamos a la conclusión que Dios no podría eliminar el mal sin hacer que fuera simultáneamente imposible lograr otros objetivos que son importantes para Él. Ciertamente, para que Dios pudiera crear seres en su misma imagen, que fueran capaces de mantener una relación personal con El, deberían ser seres capaces de amarlo libremente y de seguir Su voluntad sin compulsión. El amor o la obediencia con cualquier otra base no serían amor u obediencia, sino simple acatamiento. Pero las criaturas que son libres para amar a Dios también deben ser libres para odiarlo o ignorarlo. Las criaturas que son libres para seguir Su voluntad también deben ser libres para rechazarla. Y cuando las personas actúan en formas que están fuera de la voluntad de Dios, esto da como resultado último grandes males y sufrimiento. Esta línea de pensamiento se conoce como "la defensa de la libre voluntad" con relación al problema del mal.

Pero ¿qué podemos decir del mal natural - el mal que resulta de los procesos naturales tales como terremotos, inundaciones y enfermedades? Aquí, es importante reconocer primeramente que vivimos en un mundo caído, y que estamos sujetos a desastres naturales que no habrían ocurrido si el hombre no hubiera escogido rebelarse contra Dios. Aun así, es difícil imaginarnos cómo podríamos funcionar como criaturas libres en un mundo muy diferente del nuestro - un mundo en que los procesos naturales consistentes nos permiten predecir con alguna certeza las consecuencias de nuestras decisiones y acciones. Tome la ley de gravedad, por ejemplo. Este es un proceso natural sin el cual no podríamos funcionar como seres humanos y, sin embargo, en ciertas circunstancias es capaz también de provocar grandes daños.

Por cierto, Dios puede destruir el mal - pero no sin destruir la libertad humana, o un mundo en que puedan funcionar criaturas libres. Y la mayoría de las personas concuerda que esta línea de razonamiento contesta exitosamente el desafío del problema lógico del mal.

El Problema de la Evidencia del Mal

Si bien la mayoría de las personas está de acuerdo en que un Dios bueno y poderoso es racionalmente posible, no obstante muchos arguyen que la existencia de tal Dios es improbable debido a la naturaleza del mal que vemos en el mundo que nos rodea. Concluyen que si existiera tal Dios es altamente improbable que pudiera permitir la cantidad y la intensidad del mal que vemos en nuestro mundo. Un mal que frecuentemente parece ser de una naturaleza tan absurda.

Esta objeción no debe ser tomada en forma liviana, porque es abundante la evidencia en nuestro mundo del mal de una naturaleza tan horrorosa que es difícil a veces comprender qué función podría cumplir. Con todo, si bien éste aspecto del problema del mal es difícil, una reflexión cuidadosa nos mostrará que hay respuestas razonables a este desafío.

Ciertamente es difícil para nosotros entender por qué Dios permitiría que ocurran ciertas cosas. Pero simplemente porque encontremos difícil imaginarnos qué razones podría tener Dios para permitirlas no significa que no existan tales razones. Es completamente posible que tales razones estén no sólo más allá de nuestro conocimiento actual sino también más allá de nuestra capacidad actual de comprender. Un niño no siempre comprende las razones que están detrás de todo lo que su padre le permite o no le permite hacer. Sería irreal que nosotros pretendiéramos entender todas las razones de Dios en las cosas que Él permite que sucedan. No entendemos plenamente muchas cosas del mundo en que vivimos - lo que está detrás de la fuerza de gravedad, por ejemplo, o la función exacta de las partículas subatómicas. Y, sin embargo, creemos en estas realidades físicas.

Más allá de esto, sin embargo, podemos sugerir posibles razones para que Dios permita algunos de los males horrorosos que ciertamente existen en nuestro mundo. Tal vez haya personas que nunca se darían cuenta de su dependencia total de Dios si no experimentaran el dolor intenso en la vida (Sal. 119:71). Tal vez haya propósitos que Dios quiere lograr entre sus criaturas angélicas o demoníacas que requieren que sus criaturas humanas experimenten algunas de las cosas que sufrimos (Job 1-2). Podría ser que el sufrimiento que experimentamos en esta vida sea de alguna forma una preparación para nuestra existencia en la vida venidera (2 Cor. 4:16-18). Aun fuera de la revelación de las Escrituras, todas estas son razones posibles detrás del permiso de Dios para el mal. Y, de todos modos, la mayoría de las personas está de acuerdo en que hay mucha más bondad en el mundo que maldad - por lo menos la suficiente bondad como para hacer que la vida valga la pena ser vivida.

Al responder al desafío a la creencia en Dios basado en la intensidad y la aparente falta de propósito de gran parte del mal en el mundo, debemos tener en cuenta también toda la evidencia positiva que apunta a Su existencia: la evidencia de diseño en la naturaleza, la evidencia histórica a favor de la confiabilidad de las Escrituras y de la resurrección de Jesucristo. A la luz de la totalidad de la evidencia, ciertamente no puede probarse que no haya suficientes razones para que Dios permita la cantidad de mal que vemos en el mundo... o aun que sea improbable que existan tales razones.

El Problema Religioso del Mal - Parte I

Pero la existencia del mal y del sufrimiento en nuestro mundo plantea más que un problema meramente filosófico o apologético. Plantea también un problema religioso y emocional muy personal para la persona que está soportando una gran prueba. Si bien nuestra experiencia dolorosa puede no desafiar nuestra creencia en que Dios existe, lo que puede estar en riesgo es nuestra confianza en un Dios que podamos alabar y amar libremente y en cuyo amor podamos sentirnos seguros. Podemos hacer mucho daño cuando tratamos de ayudar a un hermano o hermana que está sufriendo, tratando solamente con los aspectos intelectuales de este problema, o cuando buscamos solaz para nosotros de esta forma. Mucho más importante que las respuestas acerca de la naturaleza de Dios es una revelación del amor de Dios - aun en medio de la prueba. Y, como hijos de Dios, no tiene la misma importancia lo que decimos acerca de Dios como lo que hacemos para manifestar su amor.

Primero, es evidente a partir de las Escrituras que cuando sufrimos no es antinatural experimentar el dolor emocional, ni es poco espiritual expresarlo. Es de destacarse, por ejemplo, que hay prácticamente la misma cantidad de salmos de lamentación como salmos de alabanza y agradecimiento, y estos dos sentimientos se encuentran mezclados en muchos lugares (cf. Salmos 13, 88). Por cierto, el salmista nos alienta a "derramar nuestros corazones ante Dios" (Sal. 62:8). Y, cuando lo hacemos, podemos estar seguros que Dios entiende nuestro dolor. Jesús mismo sintió agudamente el lado doloroso de la vida. Cuando Juan el Bautista fue decapitado se dice que "se retiró a un lugar desierto y apartado" obviamente acongojado por su pérdida (Mt. 14:13). Y cuando murió su amigo Lázaro, se registra que Jesús lloró abiertamente ante su tumba (Jn. 11:35). Aun cuando estaba comprometido a seguir la voluntad de su Padre hasta la cruz, confesó estar lleno de tristeza en el alma al contemplarla (Mt. 26:38). Con razón Jesús fue llamado "varón de dolores, experimentado en quebranto" (Is. 53:3); y nosotros seguimos en sus pasos cuando reconocemos sinceramente nuestro propio dolor.

Cruzamos la raya, sin embargo, de la pena al pecado cuando permitimos que nuestra congoja apague nuestra fe en Dios, o cuando seguimos el consejo que le ofreció la esposa a Job cuando le dijo que "maldijera a Dios y se muriera" (Job 2:9b).

En segundo lugar, cuando sufrimos deberíamos obtener alguna consolación de la reflexión sobre las Escrituras que nos aseguran que Dios conoce y se preocupa por nuestra situación, y promete estar con nosotros para consolarnos y sostenernos. El salmista nos dice que "cercano está Jehová a los quebrantados de corazón" (Sal. 34:18), y que cuando andemos por "el valle de sombra de muerte" es cuando su presencia nos es prometida en forma especial (Sal. 23:4). Hablando a través de su profeta, Isaías, el Señor dijo, "¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti" (Is. 49:15). ¡Él se ocupa más de nosotros que una mujer que está amamantando a su hijo! Es de Aquél que conocemos como el "Padre de misericordias y Dios de toda consolación" que habla Pedro cuando nos invita a echar nuestra ansiedad sobre Él, "porque Él tiene cuidado de nosotros" (1 Pedro 5:7). ¡Nuestros cuidados son su preocupación personal!

El Problema Religioso del Mal - Parte II

Hemos señalado que cuando golpea el sufrimiento no es ni antinatural experimentar el dolor emocional ni poco espiritual expresarlo. Pero también señalamos que cuando golpea el sufrimiento debemos apresurarnos a reflexionar sobre el carácter de Dios y en las promesas que Él da a aquellos que están pasando por una gran prueba. Ahora queremos concentrarnos en una de las grandes verdades de la Palabra de Dios - que aun en la prueba severa Dios está obrando todas las cosas en conjunto para el bien de aquellos que lo aman (Rom. 8:28). Este no quiere sugerir que el mal es bueno de alguna forma. Pero sí significa que debemos reconocer que aun en lo que es malo Dios está obrando para lograr sus buenos propósitos en nuestras vidas.

José dio evidencia de haber aprendido esta verdad cuando después de años de sufrimiento inexplicable debido a la traición de sus hermanos pudo decirles, "Ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios cambió ese mal en bien" (Gen. 50:20). Si bien Dios no hizo que sus hermanos lo traicionaran, no obstante pudo usar esta circunstancia para favorecer sus buenas intenciones.

Esta es la gran esperanza que tenemos en medio del sufrimiento, que en una forma más allá de nuestra comprensión, Dios puede hacer que el mal se vuelva contra sí mismo. Y es debido a esta verdad que podemos encontrar gozo aun en medio de la pena y el dolor. El apóstol Pablo se describió a sí mismo como "entristecido, mas siempre gozoso" (2 Cor. 6:10). Y se nos aconseja que nos regocijemos en la prueba, no porque la aflicción sea motivo de gozo (no lo es) sino porque en ella Dios puede encontrar una oportunidad para producir lo que es bueno.

¿Cuáles son algunos de esos buenos propósitos que promueve el sufrimiento? En primer lugar, el sufrimiento puede proveer una oportunidad para que Dios despliegue su gloria - para hacer evidente su misericordia, su fidelidad, su poder y su amor en medio de circunstancias dolorosas (Jn. 9:1-3). El sufrimiento también puede permitirnos dar prueba de la autenticidad de nuestra fe, y hasta puede servir para purificar nuestra fe (1 Pedro 1:7). Como en el caso de Job, nuestra fidelidad en la prueba muestra que lo servimos a Él no simplemente por los beneficios que ofrece, sino por el amor a Dios mismo (Job 1:9-11). Las pruebas severas también proveen una oportunidad para que los creyentes demuestren su amor unos por otros como miembros del cuerpo de Cristo que "sobrellevan los unos las cargas de los otros" (1 Cor. 12:26; Gal. 6:2). Por cierto, como ha dicho D. A. Carson, "las experiencias de sufrimiento... engendran compasión y empatía..., y nos hacen más capaces de ayudar a otros" (Carson, 122). Al ser consolados por Dios en nuestra aflicción, somos más capaces de consolar a otros (2 Cor. 1:4). El sufrimiento también juega un papel clave en desarrollar las virtudes piadosas, y en disuadirnos del pecado. Pablo reconoció que su "aguijón en la carne" sirvió para alejarlo de la jactancia y promovió una verdadera humildad y dependencia de Dios (2 Cor. 12:7). El salmista reconoció que su aflicción había acrecentado su determinación de seguir la voluntad de Dios (Sal. 119:71). Aun Jesús "por lo que padeció aprendió la obediencia (Heb. 5:8). Como hombre, Él aprendió por la experiencia el valor de someterse a la voluntad de Dios, aun cuando fuera la cosa más difícil del mundo de hacer.

Finalmente, el mal y el sufrimiento pueden despertar en nosotros un hambre mayor por el cielo y por aquel tiempo cuando los propósitos de Dios para estas experiencias puedan haberse cumplido finalmente, cuando el dolor y la pena hayan concluido (Ap. 21:4).

Tomado de Ministerios Probe





El mal


Hablar con sentido del dolor humano no resulta una tarea sencilla. Quizá hoy menos que nunca. Estamos cansados de palabras de las que sólo podemos cosechar vacío y esterilidad. Porque la palabrería sólo termina en hastío y aburrimiento. Y ya lo dijo Juan Pablo II: "el sufrimiento humano suscita compasión, merece respeto y, en cierto modo, intimida".

Tampoco es fácil elaborar un material con un contenido sobre una de las cuestiones fundamentales, diría yo el drama humano por excelencia, de todo ser humano: el dolor, el sufrimiento; donde intento responder uno de los enigmas irresolubles - pero no carente de sentido- de la vida; y porque no son pocos los que ante una insuficiente lectura de la Biblia acusan a Dios como causante directo de sus males, para dar respuesta a tal enigma.

Comencemos dejando definido el sufrimiento como "la impresión desagradable que resulta en el ánimo de la presencia de algún mal". Al dolor y al sufrimiento lo utilizaremos como sinónimos, aunque el dolor es más externo y el sufrimiento incluye la reacción de la persona.

El origen del sufrimiento constituye un grave problema filosófico-teológico, incluido en otro más amplio: el origen del mal.

Sobre la metafísica del mal, Santo Tomás la define como "ausencia de ser" (el mal no es una naturaleza, ni una forma ni un ser), y es mas, es una "privación" de un bien que debería existir en una cosa. Aclaremos que decir que el mal no es un ser, no significa decir que no existe o que es una ilusión. El mal existe realmente, como una herida o una mutilación del ser.

Con el término mal se señalan generalmente dos categorías o tipos de mal:

Los males físicos que a su vez entraña el mal en cuanto es vivido subjetivamente bajo la forma de sufrimiento. El hombre toma conciencia del mal que se encuentra en sí mismo, en sus relaciones y lo vive dolorosamente, como sufrimientos que suelen indicar los dolores físicos (enfermedades, incidentes), las penas psicológicas (angustias, miedos, depresiones), tristezas espirituales o existenciales (impotencia al no alcanzar ideales, violencia por parte demás, amenaza de la muerte). También el mal referido a lo que hay de objetivamente desordenado en las cosas, las estructuras, la naturaleza y en las actitudes de otros ante nosotros y que se hace causa objetiva y real de los sufrimientos en el nivel subjetivo.

El mal moral (pecado, abuso de la libertad); el mismo hombre en cuanto fuente de injusticia y de opresión con sus prójimos, bien sea de forma directa o indirecta.

Lo que nos ocupará especialmente en este trabajo es el mal en su primera categoría: el mal físico.

El inmenso problema que plantea el mal para el hombre de todos los tiempos lo podemos apreciar en tres niveles:
  1. Como problema existencial-práctico. El mal visto como escándalo, y al mismo tiempo es un desafío para la práctica; ¡hay que combatir el mal contra esto!. No es posible la actitud de indiferencia, sino la existencial-práctica, manifestada algunas veces como resignación pasiva o fatalismo (y que se le va hacer... ya estaba escrito...), la rebelión absurda (chillar, suicidarse), desprecio estoico, lucha confiada y comunitaria contra el mal recurriendo a todos los medios de la ciencia, técnica y la capacidad operativa del hombre, para disminuir los efectos del mal y apartar sus causas. Albert Camus era de los que consideraban el mal como un absurdo, y esto lo empujaba a la rebelión, y contra el mal propone la solidaridad en su novela La Peste.
  2. Como problema teórico, que representa un desafío a la razón y a la explicación racional que se pregunta ¿Qué es el mal? ¿De dónde viene? ¿De qué sirve?. Son muchísimos los intentos de encontrar respuesta a estos interrogantes mediante la razón; y en el capítulo II veremos algunos de ellos, a mi juicio, los más significativos. Porque el hombre cree que es capaz de enfrentarse con muchos sufrimientos y males si comprende, al menos de alguna forma, el porqué y el modo de combatirlo.
  3. El mal como misterio, que suscita el problema de la salvación final del hombre. Todas las grandes religiones se preocupan de este misterio del mal y del sufrimiento, no tanto para ofrecer una explicación intelectual, sino para indicar una salida (ligada al ofrecimiento de la salvación por parte de Dios). Sobre todo el cristianismo, que atribuye un puesto central a este dilema y a la Salvación-Redención que Dios ha hecho patente en la vida y palabras de Jesucristo, asunto que nos ocupará en el tercer capítulo.
Por lo tanto, con el presente trabajo persigo los siguientes objetivos:
  • Responder la vieja cuestión de si Dios es o no el causante del sufrimiento humano.
  • Mostrar la errónea interpretación de algunos textos del Antiguo Testamento por algunos cristianos con respecto a este tema.
  • Reafirmar la existencia de una pedagogía en el dolor.
En resumen, la hipótesis que mi fe me propone mostrar, haciendo una mirada desde las Sagradas Escrituras, la espiritualidad y la filosofía, que Dios no es causante del sufrimiento humano, pero que se adueña de él para darle un sentido a nuestra vida y de esta manera redimirla.

Sufro, luego existo.
Miguel de Unamuno
¡Ay! A veces me acuerdo suspirando
del antiguo sufrir...
amargo es el dolor, pero siquiera
¡Padecer es vivir!
Gustavo A. Bécquer

Abraham e Isaac. ¿Prueba de fe?

La experiencia del dolor conduce a muchos a tomar distintas posturas y reacciones. Entre otros, están los que recurren a la Biblia para buscar en ella y sacar frases de consuelo, respuestas a sus interrogantes aún con buena voluntad religiosa.

Muchos, alguna vez, se han topado con el relato de Gn 22, 1-19, "el sacrificio de Isaac". ¿Cuántos se habrán escandalizado, o incluso rebelado contra Dios? ¿Por qué causa? Por exigirle a Abraham, en senil hombre con una esposa estéril, que ofreciera a su único hijo en sacrificio. ¿Sólo para probarlo en su fidelidad?

Allegados y estudiosos de la Biblia suelen preguntarse ¿Probó Dios realmente a Abraham al pedirle que matara a su hijo?

Podemos preguntarnos entonces que ¿Dios es capaz de mandarnos pruebas que nos hagan sufrir o resulten crueles?

Un Dios así ¿No mataría la confianza religiosa de cualquier hombre?

Los biblistas enseñan hoy, que este relato procedente de la fusión de las tradiciones yahvista y elohísta alrededor del año 721 a.C., es una antigua y respetable leyenda que contenía una enseñanza contra los sacrificios de niños. Leído a la luz de la historia de las religiones, este capítulo del Génesis registrará el descubrimiento de que Dios no quiere sacrificios humanos. Aún más, hay en esto una absoluta prohibición y coinciden en esto Schöekel y Torralba, sino que exige la sumisión y denuncia un culto que no va unido a la obediencia.

En el Antiguo Testamento esta práctica aberrante está registrada, prohibida y condenada, y sin más comentarios explícitos, la narración de Génesis 22 pertenece a estos registros entre otros, Dt 12,31; Lv 18,21; 20,2; 2Rey 3,27; 17,31; 16,3; Jer 7,31; 33,35; Ez 16,20; 20,25.

Aunque el P. Álvarez Valdéz insistirá en el hecho de que este relato sólo quiere mostrar que Dios prohíbe y aborrece los sacrificios humanos, que el Dios de Israel no era despiadado ni brutal, que afirmaba el respeto total a la vida y a la dignidad humana y así desterrar esta cruel costumbre. Además, el mismo autor se ubica en la postura de que Dios no puede probar nunca a los hombres, y que no existen las llamadas "pruebas de Dios", que éstas son una mala interpretación de los textos bíblicos, en especial del AT.

Pero el hagiógrafo define y comienza las historia como una prueba (Gn 22, 1-3) y al ofrece como clave de lectura. Temer a Dios no indica el miedo, sino respeto reverente, lealtad sumisa, y Dios "comprueba" que Abraham es temeroso de Dios.

El valor que resalta, además, este relato es que los sacrificios, sea cual fuera la dificultad, radican en ser signo de fe y obediencia internos de quienes los ofrecen y su demostración es el cumplimiento de las normas del dios a quien se dice adorar, lo otro será una demostración externa. Y lo importante no es la expresión externa sino el temor de Dios, aún cuando pida cosas muy penosas y difíciles.

El sufrimiento del justo Job.Presentación del drama.

El drama de Job es el de todo creyente que sufre sin motivo. Job cree en Dios, en un Dios justo y todopoderoso. Sufre y se pone a hacer su examen de conciencia (sobre la justicia y el amor al prójimo). Y se encuentra inocente.

Job rechaza los argumentos de sus amigos. Él cree en Dios, pero no acepta esas razones que sus amigos le dan. Él sabe y es consciente que es inocente y por lo tanto quiere hablar con Dios, preguntarle el porqué ha de sufrir tanto.

Este drama consta de tres momentos. Están por una parte, los amigos que representan la moral del éxito en el mundo y las tesis tradicionales: "bendición para los justos, castigo para los malos"; "si sufres es que has pecado"; Dios te ama, pues castiga a los que ama". Job refleja la moral de la búsqueda exigente y angustiada, es el hombre que pregunta y quiere comprender, que pide cuentas a Dios. Dios viene a mostrarse como el gran ausente que se va haciendo presente a medida que avanzan las preguntas de los hombres, para hablar al final. ¿Con qué derecho me pides cuentas? Y Job se postra en adoración.

Cuando Dios se manifiesta no se revela de un modo que podamos comprenderlo plenamente, se manifiesta y se esconde. Es imprevisible, y esto lo experimenta el hombre de forma particular ante la experiencia del dolor.

En el libro de Job hay una doble imagen de Dios. La primera en la parte narrativa y en la teología de los amigos de Job; la otra se manifiesta en las reacciones de Job, que rechaza las interpretaciones y principios de sus amigos. Estas partes nos muestran dos comportamientos distintos de Job ante Dios; primero la paciencia perfecta, piedad, humildad, aceptación de la voluntad de Dios; en la segunda, muy dramática, Job es el impugnador, el rebelde que rechaza las interpretaciones teológicas que justifican su dolor e interpela a Dios para que le dé una respuesta directa.

Cuando Dios le contesta a Job, en su discurso le muestra que esto que él quiere entender es un misterio que emergió de la mente de Dios, y hasta que Job (y el hombre) no descifre ese misterio tampoco podrá descubrir la razón de su sufrimiento.
Fases del Libro
Según parece a los biblistas, antes de tener su actual y definitiva forma, el libro de Job, que era un antiguo cuento conocido por los hebreos, pasó por tres etapas de conformación.

La intención de este libro era iluminar una de las cuestiones más angustiantes de todos los tiempos: la enfermedad y el sufrimiento del hombre. La respuesta propuesta por los primeros hagiógrafos, que presentan la tradicional postura hebrea de entonces, era que se sufría el castigo por las culpas propias o ajenas, heredadas de los antepasados.

Luego, otro autor disconforme con esto, al agregar al relato primitivo (siglos más tarde) los diálogos entre Job y sus amigos y el discurso de Dios, quiso mostrar que un justo también puede sufrir; que sólo Dios sabe el porqué y que no hay que pedir demasiadas explicaciones ya que es un misterio divino.

En una tercera etapa, otro hagiógrafo, que agrega el personaje de Eliu quien es un cuarto amigo de Job (caps. 32-37) no mencionado al principio, más maduro avanzado en la revelación propuso la idea de que el sufrimiento tiene valor salvífico, que sirve para madurar y purificar, todo esto formaba parte de la pedagogía divina.

Mensajes de la obra.
Job, que pierde todo, sigue creyendo; sin embargo, no se resigna a someterse a su "destino". Se rebela, interroga, quiere entender; ése gesto vale. Lo que este libro nos muestra es que Dios castiga a los amigos de Job porque repiten frases hechas y creen saberlo todo, rehabilita a Job porque Dios ama al rebelde, al que pregunta. Aprendemos que no podemos captar lo infinito ni la razón de Dios, pero el intento no puede frustrarse. "Estamos más para preguntar que para responder".

Por eso, el hecho de que el sufrimiento humano en un mundo gobernado por Dios que es amor siga siendo un misterio, tiene que conseguir que no nos sorprenda el final misterioso de este libro.

La explicación del hecho del sufrimiento de Job, su sentido, permanece sin revelarse incluso al fin. La sabiduría no consiste en conocer la razón de los caminos de Dios sino en temerlo en la práctica obrando rectamente y evitando el mal. Y Dios desea la humildad del hombre, no su orgullo y su sabiduría. Ante ciertos problemas, el hombre debe aceptar con humildad el orden providencial divino, difícil, pero amigo.

El problema de Job fue de esta clase. Nunca se ha dado una solución mejor al problema del sufrimiento, sólo desde la cruz. Desconocemos sencillamente la razón última de la existencia del sufrimiento. "Pero era bueno que un libro expresase de ese modo nuestra rebeldía contra el mal. Ahora sabemos que la rebeldía y la blasfemia pueden ser oración, que las explicaciones piadosas no valen nada y que la única actitud posible para el creyente es la confianza".

El mensaje es que en el creyente, ambos comportamientos (confianza y rebelión) pueden coexistir en momentos distintos, pero también en un mismo momento.

Al hombre que se encuentra en sufrimiento, Dios le manifiesta su presencia, queriendo hacerle comprender como a Job, que está a su lado también ahora, ocupándose en su dolor. Y aunque Job no lo advierta, Dios está junto a él, y de este modo, la explicación del misterio del dolor está en el encuentro personal con Dios, en una experiencia renovada del Dios vivo, que "defiende al pobre de la rigidez opresora de una imagen preconcebida de Dios. El sufrimiento se convierte en ocasión para afirmar la presencia de un Dios constante, providente y premuroso con todos, aunque esto no se verifique según las formas que el hombre tal vez esperaría".

Conocimiento sobre Dios de los hebreos y otros pueblos antiguos.

Buceando el Antiguo Testamento sobre el mal, sus orígenes y causas, descubriremos no sin sorpresa que: ‘Dios mismo es la causa de los males del mundo’; no sólo es responsable de las enfermedades, muertes, males sociales, también provoca los desastres naturales (v.gr. El diluvio, la esterilidad, la lepra, sequías, terremotos, derrotas militares).

Y esta convicción podemos encontrarla con claridad en Is 44,7; Os 6,1; Sal 88, 16-17. Contrasta entonces, la concepción de un Dios terrible y espantoso para los judíos de entonces, con la de un Dios Amor y Bondad para nosotros hoy. ¿Cuál es la causa?

Muchas mitologías populares antiguas son ricas en dioses a los que atribuyen patrocinios sobre muchas cosas: la vida, la muerte, el viento, la lluvia, el sol, la fecundidad, la salud, etc.). También sus dioses aparecerán dirigiendo todas las peripecias de la vida del hombre, como lo trata Sófocles en su tragedia Edipo Rey y la infabilidad de los oráculos del dios Apolo por ejemplo.

Álvarez Valdéz expone que el no desarrollo de las ciencias en la antigüedad hacía que los pueblos (incluido Israel) ignorasen las leyes de la naturaleza y de los fenómenos ambientales, como también las causas de las enfermedades. También poseían una psicología bastante elemental, donde los conceptos de libertad y responsabilidad humanas estaban poco desarrollados. De esta forma muchos fenómenos naturales eran tenidos por sobrenaturales; cualquier cosa, buena o mala, linda o fea, feliz o desgraciada era obra de los dioses, y para un judío será la responsabilidad de Yahvé Dios, dueño y autor de todo.

Al venir Jesús al mundo y comenzar su ministerio se dio con esta mentalidad. Él fue un revolucionario de la teología de la época enseñando que Dios no castiga el pecado con enfermedades (cf. Jn 9, 1-3), ni con accidentes (cf. Lc 13, 4-5), pues Dios, que ama a todos los hombres, quiere que todos se salven. Á. Valdéz será categórico al que "Jesús no explicó de donde vienen las desgracias de este mundo, pero sí explicó de donde no vienen; no enseño que causas la provocan, pero sí quien no las provoca: Dios".

Agrego que es muy peligroso querer ver siempre la raíz de todo sufrimiento en un pecado concreto que lo justifique. Pienso que es una falsa humildad, que puede dar lugar a rebeliones especialmente cuando no se logra descubrir tal pecado, como lo expone A. Camus en un episodio de La Peste al poner en boca del Dr. Rieux ante el P. Paneloux "...y estoy dispuesto a negarme hasta la muerte a amar esta creación donde los niños son torturados..."; y también lo hará Dostoievski en los Hermanos Karamazov, cuando Iván dice a Aliocha que quiere devolver su pasaje de entrada en la creación porque "...rechazo de plano la suprema armonía. No vale las lágrimas de cualquier niña martirizada, que se golpea el pecho con sus puñitos y reza al ‘buen Dios’ que no acude a vengar sus lágrimas...demasiado cara ha sido esa armonía".

La Biblia no nos explica ni suprime el misterio del dolor, sino que ha iluminado este misterio por la actitud de Cristo. Especialmente en los Evangelios están los latidos del corazón de Jesús respecto a Dios, al mundo y al hombre, pero, como dijo el Papa Juan Pablo II en Polonia (junio 1997): "Cristo no escondía a sus seguidores la necesidad del sufrimiento. Decía muy claramente que si alguno quiere seguirme, cargue con la cruz cada día...(Lc 9,23)".

Ante el mal (físico), lo único que parece interesarnos es su eliminación. Se piensa que lo mejor es conocer su origen, sus causas, para que así, anulada se anule el efecto. Buscamos conocer las causas del mar en lugar de intentar comprender su ‘sentido’. Miremos ahora algunos ‘intentos’ significativos de dar con la respuesta del problema que nos ocupa.

La mitología
La mitología ha ofrecido su sensibilidad al origen del mal y del sufrimiento, como lo hemos visto en el Cap. I.3. Estas consideraciones antiguas y otras medievales sirvieron de trasfondo para las especulaciones metafísicas.

Los aportes de Leibniz, Theilhard de Chardin y Marx
El principio de razón suficiente de Leibniz.

El racionalismo de Leibniz puso en boga el ‘principio de razón suficiente’, según el cual ‘todo ha de tener alguna razón suficiente en su existencia’. Que no es lo decir que tienen causa suficiente. Ya que hay cosas que existen en el mundo real, al margen de una determinada causa eficiente, como son los hechos fortuitos; tales hechos concomitantes (per accidens) carecen de causa, y causa propiamente dicha tienen sólo aquellos efectos intentados per se. Lo que no quiere decir que no tengan una razón suficiente de existencia.

Aplicando esto al mal, tenemos que ha de tener alguna razón suficiente de existencia.

Siendo el mal una privación, parece claro que no puede constituirse en un fin u objetivo, en algo intentado per se. De hecho, el mal por el mal no parece deseado por nadie. En consecuencia, si no es algo intentado o deseado de suyo es concomitante, un ser per accidens, es decir entonces que carece de causa eficiente, pero no decimos que no es real como privación.

Tampoco es correcto decir que el mal tiene causa permisiva, sobre todo aplicado a Dios. Quien positivamente permite el mal es que, o no puede evitarlo o pudiendo hacerlo no quiere, salvando así mal la responsabilidad de la causa permisiva. No vale decir que no siempre quien puede evitar un mal está obligado siempre a hacerlo, menos aplicado al Ser que es Suma Bondad.

Simplemente, no se puede decir con propiedad que hay una causa permisiva del mal; ya que tal causa sería una causa per se, y ya vimos que el mal no tiene causa per se.

El valor positivo de la evolución de Theilhard.
Entonces ¿El mal existe sin ninguna explicación?

Para intentar comprender el sentido del mal, propone Chardin, debemos intentarlo desde el hombre como ser viviente inserto en la escala zoológica, ya que el mal (físico que nos interesa)ha de verse con los valores positivos de la evolución física de los seres vivientes. La evolución implica necesariamente cambio, mutación. Un ser inmutable no evoluciona. Tal mutación implica a veces que pueda ser involutiva, y que siempre ha de llevar la destrucción anterior.

Así, pues, el mal físico, incluyendo hasta la destrucción o muerte de la vida, es una condición necesaria de la evolución de los vivientes o de su conservación. Visto así, ya no es un mal absoluto, sino muy relativizado; incluso se halla integrado positivamente en el engranaje evolutivo del cosmos.

Concluye Theilhard que no se trata de que el mal físico sea un castigo del pecado, ni siquiera para el hombre: es una condición de la vida material, tal como la conocemos en el cosmos.

La propiedad privada, causa del mal para Marx.
También el marxismo clásico se ha ocupado de dar su interpretación al problema del mal, en sí misma opuesta a las vistas y en general a la visión cristiana; situándose exclusivamente en un plano histórico, negando la trascendencia y la metafísica. De esta forma, hemos de buscar la interpretación y superación del mal en el marco histórico y humano.

En la visión clásica de Marx hay una gran sensibilidad por las diversas formas del mal (religioso, político, social, económico) y particularmente en el mal físico lo respecto a las estructuras. En la raíz de todas estas formas está la situación económica, el conflicto señor / esclavo, obreros / capitalistas. La propiedad privada es el símbolo y al mismo tiempo la raíz histórica de los demás males.

Y si es la historia la que engendra esta formas de mal, también engendra las fuerzas capaces de revertirlas. La clase obrera, el proletariado industrial, son el fermento revolucionario de la historia, que aboliendo la propiedad privada, el estado, las falsa estructuras jurídicas y la religión dará comienzo a la verdadera historia de la humanidad; superados todos los conflictos socio-económicos se abre la perspectiva de una paz y fraternidad universal.

Resumamos, el origen del mal es histórico, su naturaleza es estructural, el elemento determinante es la base económica, no hay que esperar conversión del corazón sino la lucha colectiva; con ésta y la abolición de la propiedad privada el mal quedará derrotado y totalmente extirpado de la historia. Ante el mal, la práctica antes que las discusiones teóricas. No es tan importante saber explicar las causas del mal sino comprometerse a combatirlas y derribarlas.

Aquí vemos el mal, como en las interpretaciones de Leibniz y Theilhard, a luz de las estructuras universales e impersonales del universo; haciendo de lado la persona individual e inviolable, incluso hasta se la reduce a sus meras dimensiones sociales. Y todos los problemas que expresan el enfrentamiento personal e impersonal con el mal (soledad, odio, amor fracasado, infelicidad, enfermedad, etc.) o son ignorados o se ven reducidos a los problemas socio-económicos.

Marx, Leibniz, Chardin y otros, no tienen en cuenta al hombre y su drama personal, ya que el verdadero rostro del mal es precisamente que en él hay algo inútil, negativo, que no sirve, que a la madre que ha perdido un hijo no le interesa lo que los racionalismos puedan decirle.

¿Cuál es, según Sto. Tomás de Aquino, la significación del mal en el mundo?

En la Suma Teológica se explica que la perfección del universo exige que haya una desigualdad en las cosas, para que todos los grados de ser o de bondad sean llenados. Hay un grado de bondad que tiene de propio que todo lo que está colocado en él, sea bueno a tal punto que no pueda decaer jamás del bien; este grado está reservado a Dios, a los ángeles y las criaturas que gozan sobrenaturalmente de la visión beatífica. Existe también otro grado de bondad que a diferencia del primero, éste puede decaer del bien, y en este grado se encuentra la naturaleza entera; de hecho que esa caída se producirá algunas veces en tales seres. Ésta es la razón por la cual el mal se encuentra en las cosas.

Dios y la naturaleza, todo bien activo hace lo que es mejor respecto al Todo; éste Todo, que es la universalidad de las criaturas, es mejor y más perfecto si hay en él ciertas cosa que puedan decaer del bien, sin que Dios lo impida; y esto por un lado, porque no es propio de la Providencia destruir las naturalezas sino conservarlas, y está en la naturaleza de las cosas que los seres que puedan decaer a veces, lo hagan; pero el poder de Dios es tan grande, según San Agustín (Enchridon, cap XI), que aún del mal extrae algún bien. Así, se suprimiría mucho bien si Dios no ‘permitiera’ que el mal exista.

Vale la advertencia que si leyésemos mal lo expuesto precedentemente, pensaríamos que la posición de Sto. Tomás está justificando a Dios a la manera de los amigos de Job (posición que intentaron tomar Leibniz y Chardin), y ya vimos en el cap. I, que Dios reprueba a tales defensores. Para comprender su pensamiento sobre el mal no hay que valerse sólo de la cuestión tratada en la Suma, colocada en el plano metafísico de la naturaleza, sino mirar desde la fe, la gracia y el contexto teológico de la doctrina tomista.

Resumiendo
Como Dios es la Bondad misma, le es imposible cuasar algún mal: sería algo así como un círculo cuadrado. Sin embargo, es conveniente aclarar este punto. La filosofía cristiana, según la luz tomista, nos expone que Dios es la "causa primera" de todo lo que existe, por lo tanto lo será del mal físico. Las "causas segundas" obran en todas partes, pero Dios es siempre la causa primera.

Pero, el mal físico o moral no puede ser nunca efecto de Dios, pues en sí mismo no es nada positivo y por ello no necesita ninguna causa primera. El ‘acto malo’ no es un ente en sí mismo y por sí mismo, y en este sentido no ‘tiene’ causa primera.

Hay algo aquí que la mera filosofía no puede sino sospechar, pero que se hace muy claro a la luz de la revelación divina: El hecho de que Dios "permita" el mal a través de su providencia para extraer de él el bien, y para reparar el desorden que provoca la criatura;, y lo vemos claramente en San Pablo: "Dios dispone de todas las cosa para el bien de los que lo aman" (Rm 8, 28).

Voces actuales e impotencia de la razón ante el mal en relación con Dios.

En muchas bocas no es raro escuchar: "En el mundo hay injusticias, opresión, violencias y tantas clases de males que no existirían si Dios fuera tan bueno como ustedes dicen. ¿No predican que Dios es el señor de la historia?... Si es así, nuestras desgracias son obra suya, o porque las quiere o las permita".

No es decente cargar a Dios con toda la responsabilidad de nuestras faltas y de nuestros crímenes. Si Él interviniera en cada uno de nuestros actos, tendría razón Marx de acusar la religión de ser alienante, porque seríamos incapaces no sólo de hacer el mal, sino incluso de practicar el bien por nuestra propia cuenta: habríamos dejado de ser personas. "Esta manía de organizar la vida de las personas sin dejarles posibilidad de elección es propio de las dictaduras"

Nuestro conocimiento de Dios, de su bondad y de la creación es vaga e incompleta para poder hablar de contradicción entre el mal y la existencia de un dios infinitamente bueno, omnipotente y perfecto.

Para muchos un Dios "bueno" debería ser una especia de ‘genio de Aladino’ que cumple y regala todo lo que el hombre desea e interviene para arreglar las cosa en lugar del hombre, dispensándolo al hombre de todo esfuerzo. O sea, un Dios que regala casa, empleo, bienes, salud, etc.

Si proyectamos en Dios esta idea pobre de su bondad, es claro que deduzcamos que Dios no es bueno, que no existe.

Existe, también a nivel humano, un rico concepto de bondad: el permitir que el otro él mismo realmente, ayudarle para que sea autónomo y adulto, abrirle horizontes de verdad y de valores que le permitan hacerse persona lograda y completa. Así, los "buenos padres" o los "buenos maestros" no regalan ni mucho menos todo lo que el niño quiere, ni le dispensan del esfuerzo, búsqueda, intentos, fracasos. Y a nivel humano, todo esto no es juzgado contrario a una auténtica bondad.

La distancia entre la bondad humana y la de Dios es harto inmensa, pero si pensamos en la bondad de Dios según el segundo modelo, nos resultará comprensible a nuestra condición humana el sufrimiento, la fatiga, el error, etc. Existe entonces, un tipo de bondad en la que queda también un espacio para estos aspectos negativos de la vida. Frente a Dios, el hombre no debería ser tratado como un niño, sino como un adulto, que es más digno, aunque duro y molesto.

Así también, de manera análoga podemos reflexionar sobre la perfección y la omnipotencia creadora de Dios. Porque proyectamos sobre el acto creador una actitud al nivel de las actividades humanas. Un nivel que no tolera los grandes defectos en los productos manufacturados y en los procesos de producción.
Es claro que nos escandalicemos de la Omnipotencia de Dios si la concebimos con el modelo precedente, pues, ¿Cómo Dios hace las cosas con defectos? ¿Porqué no interviene para remediar "sus procesos productivos"? ¿Porqué no impide el mal?

En este sentido, la filosofía de Sto. Tomás y de muchos otros pensadores reaccionaron contra la "vulgarización" del acto creador, que se lo conciba según un modelo de la producción industrial o artesanal.

Como hemos visto en la bondad, la omnipotencia creadora es también lejana a la inteligencia humana. Pero si queremos concebirla a nivel humano, hagámoslo en relación con las formas más elevadas de la inteligencia humana, como la de los padres que educan al hijo, llamándolo fuera de sí, formándolo en libertad, ayudándolo a reconocerla y ejercitarla, promoviéndolo hacia la madurez del hombre adulto.

Ante la manifestación del sufrimiento.

El sufrimiento nos detiene en los avatares de la vida, es un interrogante. ¿Porqué? Y al preguntar porqué no estamos interrogando acerca de nuestro ser en el mundo. Y de ahí todo lleva a la única respuesta, muda, Dios.

Sólo ante Dios cabe clamar. Y aunque sepamos que no escucharemos respuesta alguna, sabemos que Él es la respuesta y nosotros el clamor.

Dice Barylko: "no festejo el sufrimiento, pero sé que es una oportunidad de crecimiento hacia el amor."

Ante el sufrimiento que acontece, y que se da todo por entero, ya no cabe preguntarse porqué, sino para qué. Ése es el significado, y depende de mí. Yo tengo que hacer del sufrimiento sustancia creativa para una nueva visión, una nueva vida. Es la única manera de desprenderme de él. Y esa fuerza la encuentro en Dios, en su hijo Jesús, la respuesta dada por Dios al hombre sufriente.

En realidad, el sufrimiento es frecuentemente la mejor escuela de la vida. Se ha dicho que nosotros vivimos tan envueltos en tantas ocupaciones y preocupaciones que la única manera que tenemos para reflexionar y meditar es poniéndonos enfermos.

Es justo decir también, que el dolor no siempre madura o hace mejorar a todos; a veces destruye las personas, las derrumba.

Por eso, hay que ser prudentes al defender la idea de que Dios usa de la pedagogía del dolor. Es muy diferente decir "Dios se puede servir del sufrimiento", a decir que "Dios manda el sufrimiento" a una persona para hacerla crecer. Porque al afirmar lo segundo es justo que alguien se pregunte entonces ¿Dios provoca el sufrimiento de los niños para enseñar la compasión a un adulto?

¿Cómo hablar de Dios, cómo encontrar un lenguaje sobre Él partiendo del sufrimiento del inocente? Esta es, con todas sus consecuencias sobre la comprensión de la justicia y de la gratuidad de Dios, la cuestión fundamental.
La experiencia del dolor comporta momentos de angustia y de tristeza, interrogantes y sentimientos de culpa, deseos de amor y momentos de rabia. El dolor puede provocar regresión sobre nosotros mismos y ponernos como ejes donde deben girar las demás personas, incluso Dios mismo, al que ponemos a nuestro servicio. Pero también esta experiencia puede convertirse en momento creativo, en descubrimiento de una riqueza interior, en profundización de relaciones o creación de un modo nuevo de vivir y de amar.

Actitudes frente al dolor
La libertad verdadera que le queda al hombre es la de optar una actitud ante el sufrimiento.

Unos se resignan pasivamente y otros aceptan creativamente; unos se retiran vencidos y otros protestan; unos retroceden y otros avanzan; unos se desesperan y a otros los sostiene la esperanza; unos se refugian en el pasado y otros confían en el futuro.

Según las decisiones que se tomen o las actitudes que se adopten, se consigue la paz y crecimiento, o estancamiento en un sufrimiento que permanece estéril.

En la novela de Wiesel, sobre su experiencia en un campo de concentración durante la II Guerra, el autor nos cuenta que "delante del niño agonizante, un prisionero preguntó: ¿Dónde está Dios en este momento?", y en ese momento Wiesel oyó una voz que le decía en su interior: "¿Qué dónde está Dios? Está ahí, ahorcado en esos palos".

Un Dios que no interviene drásticamente para cambiar desde afuera el curso de los acontecimientos no significa que no sea un Dios presente en lo íntimo de las personas que viven estas experiencias. Dios no es un espectador de las tragedias humanas, sino que participa como compañero de viaje en ellas, de múltiples y misteriosas maneras para ayudar a encontrar y asumir las actitudes para sobrellevarlas.

Kalil Gibrán sintetiza las actitudes humanas ante la vida expresando: "Ante mis ojos los hombres se dividen en tres grupos: uno maldice la vida, otro la bendice y el otro la observa. He amado al primero por su desesperación, al segundo por su tolerancia y al tercero por su comprensión."

Ante el dolor, la única respuesta posible es la que brinda la pedagogía, es decir, la actitud que desarrollemos ante él. De modo que lo más importante es aceptar la capacidad de sobreponernos al drama que nos toque vivir, depende en gran medida de nosotros, del interés que pongamos en su vivencia; admitir que está en nuestra mano el hecho de irnos educando en aquellos aspectos que nos pueden servir, no para evitarlo, pero sí para descubrir muchas cosas, entre otras, la utilidad que nos conlleva detenerse ante preguntas que no podemos responder y la incógnita que nos presenta nuestra propia existencia.

Podemos decir que el reconocimiento de la pedagogía inherente al dolor exige dos condiciones:
    • Primero, la asunción de que su presencia en nuestra vida puede arrojar un saldo positivo;
    • Segundo es que se necesita valor de afrontarlo con una actitud que habrá de irse manifestando a través del esfuerzo vivencial.
Y en ambas se halla implícita la fe y la voluntad; la creencia impulsa a la acción.

Jesucristo, ‘el sanador herido’.
Contaba el P. Menapace en una charla con padres que habían perdido alguno de sus hijos, que en el monasterio tienen una majada de ovejas. Todos los meses se encierra la majada y se elige un borrego, se lo toma y se lo sacrifica, luego se suelta la majada. Ésta se va tan tranquila a pastar, a reproducirse, a seguir andando. Acaba de ver morir un hijo, un hermano, y sin embargo, aparentemente no dan muestras de sufrimiento. Dan muestras de dolor cuando se las esquila o sacrifica, pero no de sufrimiento. "¿Y porqué no da muestra de sufrimiento el animadle haber visto morir un hijo? Porque no tiene el amor. Y donde no hay amor no hay sufrimiento."

El mismo Menapace agrega que el sufrimiento que tememos son fruto del amor. Dejemos de amar y dejaremos de sufrir. "Si nos arriesgamos a amar, nos comprometemos a sufrir," pero sufrir por haber amado vale la pena.

El sentido del sufrimiento no puede explicarse, sólo se lo puede "encontrar" y "vivir" desde dentro. El Hijo de Dios no predicó el sentido del sufrimiento, sino que lo narró con su propia vida, con su sufrimiento y su muerte. Él es el ‘sanador herido’.

Hay dos cosa imposibles para Dios: el sufrimiento y la muerte. Porque Dios vive en el gozo y en la paz perfectos, porque es eterno. Entonces no puede sufrir ni morir. Por eso Cristo, el Hijo de Dios, Dios mismo él, se encarnó, y tenía que sufrir y morir según las escrituras (cf. Lc 24, 26) para salvarnos, sufrir y morir por el hecho de que nos ama y asume ese compromiso, como lo decía Menapace.

La importancia de la imagen del sanador herido, procede del ejemplo de Cristo. Sus heridas nos han salvado. Sufrió por amor a nosotros y al mundo alejado de Dios. Ese amor herido tiene un gran poder de curación porque es una amor encarnado, que entra dentro de la debilidad humana, siente y vive nuestro dolor.

Hay un sufrimiento que nos madura y nos ayudad a ‘ayudar’ a quien vive la experiencia del dolor. Cuanto más conscientes seamos en el modo de conducir nuestro sufrimiento, más sensibles seremos al tratar el dolor de los demás.

No siempre es posible curar el dolor. A veces somos ignorantes y nos quedamos en silencio. El silencio es con frecuencia el mayor servicio. Estando al lado de las personas, pero al mismo tiempo rehusando a apoyar sus ‘imposibles ilusiones’ o facilitarles huidas del dolor, podemos devolverles la valentía de llamar por su nombre a sus miedos profundos y a expresar una angustia que tanto les amenaza. Nuestra tarea principal es estar allí y vigilar con ellos, es decir, ofrecerles lo que Jesús en vano a sus discípulos en el huerto de los Olivos. Nuestro deber es no huir y permanecer al lado de quien sufre, como María Al pie de la Cruz. Se trata de la presencia discreta y silenciosa, pero profundamente participativa, de una madre al lado de su hijo que sufre y se muere.

Resultados de la pedagogía divina en el dolor.
Al sufrimiento se trata de aprovecharlo, - es un elemento que existe y existirá siempre – para hacer de la necesidad virtud. El primer paso para utilizar cristianamente el dolor es avivar la fe. Vemos con facilidad la mano de la Providencia Divina en las pruebas ajenas, pero miramos las propias con ojos naturales, como fruto del azar o la malicia de otros. Existe también el peligro de buscar el dolor por la mortificación voluntaria, y por otro lado quejarse cuando se presenta en formas no esperadas.

Negar el valor del sufrimiento no implica en absoluto una ayuda para el que lo padece, supone, por el contrario, arrebatarles algo más; es una indignidad. Los sufrimientos son ocasión para que generen caridad, poseen la virtud de hacernos mejores aunque sea solo un momento, y además se adquieren muchos méritos.

Otros de los muchos efectos que la pedagogía divina en el dolor provoca en el camino de la perfección son:
    • Iluminar y elevar;
    • Dar sentido de trascendencia a la vida cristiana;
    • Fortalecer las virtudes;
    • Purificar defectos y flaquezas;
    • Suavizar el carácter.
El sufrimiento aceptado con amor, invita a la persona a reflexionar, a profundizar sobre sí mismo; no solamente para ahuyentarlo, ni aún para comprenderlo, sino para superarlo, llenar la vida y dar significación al propio camino. No debemos resignarnos al sufrimiento, sino encontrarle el significado divino. Jesús no vino a suprimir el dolor, ni a explicarlo, ni mucho menos a justificarlo. Jesús vino a transformarlo, a hacerlo sagrado, a conferirle un valor infinito, a salvar por el sufrimiento al mundo.

El sufriente con actitud negativa, planta al dolor ante sí, como el enemigo al que debe odiar y combatir, sabiendo que es como un obstáculo insuperable. El sufriente positivo coloca al dolor dentro de sí, como una prueba que debe sortear, pero de la cual puede salir también con algunos beneficios. Este deseo de luchar por vivir, comienza por producir un relajamiento interior; el espíritu se sosiega al pensar que no está vencido de antemano. Y si a todo esto le añade un entregarse confiadamente a la mano de Dios...

Quisiera ir cerrando con este poema de José L. Rosales:
"El dolor es un largo viaje,
Es un largo viaje que nos acerca siempre,
Que nos conduce hacia el país
Donde todos los hombres son iguales;
Lo mismo que la palabra de Dios,
Su acontecer no tiene nacimiento,
Sino revelación;
Lo mismo que la palabra de Dios,
Nos hace de madera para quemarnos;
Lo mismo que la palabra de Dios,
corta los pies del rico para igualarnos en su presencia.
Y yo quiero deciros que el dolor es un don
Porque nadie regresa del dolor
Y permanece siendo el mismo hombre.
Pero el dolor es como un don,
Nadie puede evitarlo,
Las esperanzas, el amor, el dinero,
Todos los bienes terrenales
Siempre están contenidos por él
Y son iguales que pájaros
Que vuelan sobre el mar,
Y son igual que pájaros,
Por más y más que vuelen
Nunca se apartan de su fin. "

Ha llegado el momento de finalizar este trabajo y por lo tanto establecer las conclusiones del mismo.

Retomando los objetivos, puedo afirmar, sin la intención de hacer una defensa de Dios, que:

Dios no causa las tragedias que padece el hombre: algunas son provocadas por la desventura, otras por la irresponsabilidad humana y otras son consecuencia inevitables de la naturaleza mortal. Dios no causa ni previene las tragedias, pero da la fuerza para afrontarlas y superarlas.

Desahogarse con Dios no es pecaminoso; mas aún, ayuda a curar: Dios no rechaza los desahogos humanos. Basta releer la Biblia con esta consigna, Job y algunos salmos por ejemplo, para convencernos de esto. Dios nos acompaña en nuestro sufrimiento, porque Dios hizo la vida y no la muerte (Sabiduría 1, 3), la Biblia claramente lo dice.

La fe no protege del dolor, sino que ayuda a afrontarlo; no lo explica, pero inspira a usarlo positivamente; no lo absolutiza, pero ayuda a reajustarlo a través de propuestas de esperanza y la invitación a la solidaridad. Afirmo entonces que el dolor tiene su pedagogía, solo hay que saber cuál es la actitud que debemos tomar para que nos aproveche. Cristo no ha sufrido para que nosotros no suframos, sino para que nuestros sufrimientos puedan parecerse a los suyos, ser redentores.

Creo que así, he alcanzado el objetivo propuesto, mostrar que Dios es Amor y que no es Él causa ni origen del sufrimiento humano, pero que se adueña de él para darle un sentido a nuestra vida y de esta manera redimirla.

Trabajo enviado por:
Hno. Ricardo Quintana cssr.
hnoricky@yahoo.com.ar


Cortesía de:http://www.monografias.com
para la BIBLIOTECA CATÓLICA DIGITAL



El problema del mal

Un análisis al problema del mal como obstáculo para creer en la existencia de Dios.

El problema del mal es, sin duda, el mayor obstáculo para creer en la existencia de Dios. Al ponderar tanto la extensión como la profundidad del sufrimiento en el mundo, ya sea debido a la inhumanidad del hombre hacia el hombre, o a los desastres naturales, debo confesar que me resulta difícil creer que Dios existe. No hay duda de que muchos de ustedes han sentido lo mismo. Tal vez todos deberíamos ser ateos.
Pero este es un paso a tomar bastante grande. ¿Cómo podemos estar seguros de que Dios no existe? Tal vez hay una razón por la cual Dios permite todo el mal en el mundo. Tal vez, de alguna manera, todo se inscribe en un gran esquema de cosas, que solo podemos discernir vagamente y de algún modo. ¿Cómo lo sabemos?
Como teísta cristiano, estoy convencido de que el problema del mal, terrible como es, no constituye al final una refutación de la existencia de Dios. Por el contrario,  creo que el teísmo cristiano es la última esperanza del hombre para resolver el problema del mal.
Con el fin de explicar por qué me siento así, será útil establecer algunas distinciones, para hacer más claro nuestro pensamiento. En primer lugar, hay que distinguir entre el problema intelectual del mal y el problema emocional del mal. El problema intelectual del mal tiene que ver con dar una explicación racional sobre cómo Dios y el mal pueden coexistir. El problema emocional, con cómo resolver el disgusto emocional de las personas con un Dios que permite el sufrimiento.
Ahora, vamos a ver primero el problema intelectual del mal. Hay dos versiones de este problema: En primer lugar, el problema lógico del mal; y en segundo lugar, el problema probabilístico del mal.
De acuerdo con el problema lógico del mal, es lógicamente imposible para Dios y el mal coexistir. Si Dios existe, entonces el mal no puede existir. Si el mal existe, entonces Dios no puede existir. Dado que el mal existe, se sigue que Dios no existe.
Pero, el problema con este argumento es que no hay razón para pensar que Dios y el mal son lógicamente incompatibles. No hay una contradicción explícita entre ellos. Pero si el ateo quiere decir que hay algunas contradicciones implícitas entre Dios y el mal, entonces debe asumir algunas premisas ocultas que ponen de manifiesto esta contradicción implícita. Pero, el problema es que ningún filósofo ha sido capaz de identificar tales premisas. Por lo tanto, el problema lógico del mal no demuestra ninguna incompatibilidad entre Dios y el mal.
Pero más que esto: En realidad podemos probar que Dios y el malson lógicamente consistentes. Observe, el ateo presupone que Dios no puede tener razones moralmente suficientes para permitir el mal en el mundo. Pero esta suposición no es necesariamente cierta. En tanto sea posible que Dios halle razones moralmente suficientes para permitir el mal, se sigue que Dios y el mal son lógicamente consistentes. Y, sin duda, esto parece al menos lógicamente posible. Por lo tanto, estoy muy contento de estar en condiciones de informar que existe un amplio consenso entre los filósofos contemporáneos de que el problema lógico del mal ha sido disuelto. La coexistencia de Dios y el mal es lógicamente posible.
Pero no estamos fuera de peligro todavía. Porque ahora nos enfrentamos al problema probabilístico del mal. De acuerdo a esta versión del problema, la coexistencia de Dios y el mal es lógicamenteposible; sin embargo, es altamente improbable. El alcance y la profundidad del mal en el mundo son tan grandes, que resulta improbable que Dios pudiese tener razones moralmente suficientes para permitirlo. Por lo tanto, dado el mal en el mundo, es improbable que Dios exista.
 Ahora bien, este es un argumento mucho más poderoso, y por lo tanto quiero centrar nuestra atención en él. En respuesta a esta versión del problema del mal, quiero proponer tres puntos principales:
1.  No estamos en una buena posición para evaluar la posibilidad de que Dios no tenga razones moralmente suficientes para los males que acontecen. Como personas finitas,  somos limitados en cuanto a tiempo, espacio, inteligencia y perspicacia. Pero el Dios trascendente y soberano ve el fin desde el principio y ordena la historia providencialmente, de modo que sus propósitos se completen, en última instancia, a través de las decisiones humanas libres. Con el fin de conseguir sus fines, Dios pudiera tener que tolerar ciertos males en el camino. Males que nos parecen sin sentido dentro nuestro limitado marco de referencia, podrían verse como correctos dentro  del  marco de referencia más amplio que  Dios posee. Tomo prestada una ilustración desde un campo en desarrollo de la ciencia, la Teoría del Caos: En ella, los científicos han descubierto que ciertos sistemas macroscópicos, como por ejemplo, los sistemas de clima o las poblaciones de insectos, son extraordinariamente sensibles a las más pequeñas perturbaciones. El aleteo de una mariposa sobre una rama en el África occidental puede establecer un movimiento de fuerzas que con el tiempo se convierta en un huracán sobre el Océano Atlántico. Sin embargo, es imposible, en principio, para cualquier persona que observa la mariposa palpitar en una rama, predecir ese resultado. El brutal asesinato de un inocente, o un niño muriendo de leucemia, podría producir una especie de efecto dominó a través de la historia, de tal manera que la razón moralmente suficiente por la cual Dios lo permite  pudiera no emerger hasta muchos siglos más tarde y tal vez en otro mundo. Cuando usted piensa en la providencia de Dios a través de toda la historia, puede ver cuán imposible es para observadores limitados especular sobre la probabilidad de que Dios no tenga una razón moralmente suficiente para permitir que un cierto mal acontezca. No estamos en una buena posición para evaluar tales probabilidades. 
2.  La fe cristiana implica doctrinas que aumentan la probabilidad de la coexistencia de Dios y el mal. De este modo, estas doctrinas disminuyen cualquier improbabilidad de la existencia de Dios debido a la existencia del mal. ¿Cuáles son algunas de estas doctrinas? Permítanme mencionar cuatro:
a. El objetivo principal de la vida no es la felicidad, sino el conocimiento de Dios. Una de las razones por las que el problema del mal parece tan desconcertante, es que tendemos a pensar que si Dios existe, entonces su meta para la vida humana es la felicidad en este mundo. El papel de Dios consistiría en proporcionar un ambiente cómodo para su mascota humana. Pero esto es falso desde el punto de vista cristiano. No somos animales domésticos de Dios, y el fin del hombre no es la felicidad en este mundo, sino el conocimiento de Dios, que en última instancia, traerá la realización humana verdadera y eterna. Muchos de los males que ocurren en la vida tal vez sean completamente inútiles en lo que respecta a la meta de producir la felicidad humana en este mundo, pero pueden estar justificados con respecto a producir el conocimiento de Dios. El sufrimiento humano inocente es una oportunidad  para profundizar la dependencia y confianza en Dios, ya sea por parte de la víctima o de los que la rodean. Por supuesto, que el propósito de Dios se logre a través de nuestro sufrimiento dependerá de nuestra respuesta. ¿Responderemos a Dios con ira y amargura, o nos volveremos a Él con fe en busca de la fuerza necesaria para resistir?
b. La humanidad se encuentra en un estado de rebelión contra Dios y su propósito. En lugar de someterse y adorar a Dios, la gente se rebela contra Dios para seguir su propio camino. Se encuentra así alejada de Dios, moralmente culpable ante él, y anda a tientas en la oscuridad espiritual, persiguiendo los falsos dioses de su propia creación. Los terribles males humanos en el mundo son testimonio de la depravación del hombre en este estado de alienación espiritual de Dios. El cristiano no está sorprendido por la maldad humana en el mundo; por el contrario, la espera. La Biblia dice que Dios ha entregado a la humanidad al pecado que ésta ha elegido. Él no interfiere para detenerlo, sino que  permite que la depravación humana siga su curso. Esto solo da ocasión de  aumentar la responsabilidad moral de la humanidad ante Dios, así como nuestra maldad y nuestra necesidad de perdón y purificación moral. 
c. El conocimiento de Dios fluye hacia la vida eterna. Desde el punto de vista cristiano, esta vida no es todo lo que hay. Jesús prometió vida eterna a todos los que depositan su confianza en él como su Salvador y Señor. En la otra vida, Dios recompensará a los que han sobrellevado su sufrimiento con valor y confianza, con una vida eterna de gozo indescriptible. El apóstol Pablo, que escribió gran parte del Nuevo Testamento, vivió una vida de increíble sufrimiento. Sin embargo, él escribió, «No os desaniméis. Pues esta aflicción leve y momentánea nos está preparando para un eterno peso de gloria más allá de toda comparación, porque no miramos las cosas que se ven, sino las cosas que son invisibles, porque las cosas que se ven son temporales, pero las cosas que no se ven son eternas «(2ª Cor. 4:16-18 ). Pablo imagina una escalera en la que, por así decirlo, todos los  sufrimientos de esta vida se colocan de un lado, mientras que del otro lado se coloca la gloria que Dios va a otorgar a sus hijos en el cielo. El peso de la gloria es tan grande que está, literalmente, más allá de la comparación con el sufrimiento. Por otra parte, cuanto más tiempo pasemos en la eternidad, tanto más los sufrimientos de esta vida se reducirán a un momento infinitesimal. Es por eso que Pablo podía  llamarlos «una aflicción leve y momentánea» que quedaba simplemente abrumada por el océano de la eternidad divina y la alegría que Dios derrama en los que confían en él.
d. El conocimiento de Dios es un bien inconmensurable. Conocer a Dios, la fuente de una bondad y amor infinitos, es un bien incomparable y la realización de la existencia humana. Los sufrimientos de esta vida ni siquiera se pueden comparar con ello. Por lo tanto, la persona que conoce a Dios, sin importar lo que sufre ni cuán terrible es el dolor, todavía puede decir, «Dios es bueno para mí», simplemente por el hecho de que conoce a Dios, el bien incomparable.
Estas cuatro doctrinas cristianas reducen en gran medida cualquier improbabilidad que el mal parece arrojar sobre la existencia de Dios.
3. En relación al alcance total de la evidencia, es probable la existencia de Dios. Las probabilidades son relativas al trasfondo que se considera. Por ejemplo, supongamos que Joe es un estudiante de la Universidad de Colorado. Supongamos ahora que se nos informa que el 95% de los estudiantes  de la Universidad de Colorado esquía. Según esta información, es muy probable que Joe esquíe. Pero supongamos que también nos informamos  que a Joe le falta una pierna y que el 95% de los amputados de la Universidad de Colorado no esquía. ¡De repente, la probabilidad de que Joe sea un esquiador ha disminuido drásticamente!
Del mismo modo, si todo lo que cuenta como trasfondo es el mal en el mundo, entonces no es de extrañar que la existencia de Dios parezca improbable en relación a ello. Pero esa no es la verdadera cuestión. La pregunta real es si la existencia de Dios es improbable en relación con toda la evidencia disponible. Estoy convencido de que, si tenemos en cuenta la evidencia total, entonces la existencia de Dios es muy probable.
Permítanme mencionar tres piezas de evidencia:
a. Dios provee la mejor explicación de por qué existe el universo en lugar de nada. ¿Alguna vez se preguntó por qué existe algo en absoluto? ¿De dónde viene todo? Por lo general, los ateos han dicho que el universo es eterno e incausado. Sin embargo, los descubrimientos en astronomía y astrofísica de los últimos 80 años lo han vuelto improbable. De acuerdo con el modelo del Big Bang del universo, toda la materia y la energía, de hecho, el espacio físico y el tiempo mismos, comenzaron a existir en un momento dado hace unos 13.5 mil millones de años. Antes de ese momento, el universo simplemente no existía. Por lo tanto, el modelo del Big Bang requiere la creación del universo de la nada.
Ahora bien, éste tiende a ser muy embarazoso para un ateo. Quentin Smith, un filósofo ateo, escribe:
La respuesta de los ateos y agnósticos a este desarrollo ha sido relativamente débil, de hecho, casi invisible. Un incómodo silencio parece ser la norma cuando la cuestión se plantea entre los no-creyentes... La razón de la vergüenza de los no-teístas no es difícil de encontrar. Anthony Kenny la sugiere en esta declaración: «Un defensor de la teoría [Big Bang], al menos si es un ateo, debe creer que la materia del universo surgió de la nada y por nada.
No hay tal dificultad para el teísta cristiano, puesto que la teoría del Big Bang no hace sino confirmar lo que siempre ha creído: que en el principio Dios creó el universo. Ahora bien, este es el punto, ¿Qué es más plausible?: ¿Que el teísta cristiano esté en lo correcto o que el universo viniese a existir sin causa, de la nada?
b. Dios provee la mejor explicación del orden complejo en el universo. Durante los últimos 40 años, los científicos han descubierto que la existencia de vida inteligente depende de un equilibrio complejo y delicado de las condiciones iniciales presentes en el mismo Big Bang. Ahora sabemos que universos  prohibitivos de vida son mucho más probables que cualquier universo que permita la vida, como el nuestro. ¿Cuánto más probables?
La respuesta es que las posibilidades de que el universo pudiese permitir la vida son infinitesimales, al punto de ser incomprensibles e incalculables. Por ejemplo, un cambio en la fuerza de gravedad o en  la fuerza atómica débil por sólo una parte en 10100 habría impedido un universo que permita la vida. La llamada constante cosmológica «lambda», que impulsa la expansión inflacionaria del universo y es responsable de la aceleración en la expansión del universo (recientemente descubierta), está ajustada en alrededor de una parte en 10120. El físico de Oxford, Roger Penrose, calcula que las probabilidades de que las condiciones especiales de baja entropía en nuestro universo (de las que dependen nuestras vidas) surgieran por casualidad, son al menos tan pequeñas como una parte en 1010(123). Comenta Penrose, «no puedo ni siquiera recordar haber visto otra cosa en física cuya precisión se acerque ni remotamente a algo como una parte en 1010(123).» Hay múltiples cantidades y constantes que deben ser ajustadas con un grado similar de exactitud  para que el universo permita la vida. Y no es sólo que cada cantidad debe estar exquisitamente ajustada, las proporciones entre unas y otras también deben estar ajustadas. Así la improbabilidad se multiplica de improbabilidad en improbabilidad hasta que nuestras mentes se tambalean con números incomprensibles.
No hay ninguna razón física por la cual estas constantes y cantidades deban poseer los valores que tienen. El una vez agnóstico físico Paul Davies, comenta: «A través de mi labor científica he llegado a creer más y más fuertemente que el universo físico existe lado a lado con un ingenio tan sorprendente, que no puedo aceptarlo simplemente como un hecho bruto». «Del mismo modo», observa Fred Hoyle, «una interpretación de sentido común de los hechos sugiere que un súper intelecto ha jugado con la física.» Robert Jastrow, ex jefe del Instituto Goddard de Estudios Espaciales, llama a esto la evidencia más poderosa a favor de la existencia de Dios surgida alguna vez de la ciencia.
La opinión que los teístas cristianos han mantenido siempre, que hay un diseñador inteligente del universo, parece tener mucho más sentido que el punto de vista ateo de que el universo, cuando comenzó a existir sin causa de la nada, pasó simplemente a existir por casualidad, ajustado con una precisión incomprensible a fin de permitir la existencia de vida inteligente.
c.  Los valores morales objetivos en el mundo. Si Dios no existe, se sigue que los valores morales objetivos no existen. Muchos teístas y ateos están de acuerdo por igual sobre este punto. Por ejemplo, el filósofo de la ciencia Michael Ruse  explica:
«La moralidad es una adaptación biológica, no menos de lo que lo son las manos, los pies y los dientes. Considerado como un conjunto racionalmente justificable de afirmaciones sobre algo objetivo, la ética es ilusoria. Soy consciente de que cuando alguien dice «Ama a tu prójimo como a ti mismo,» piensa en una referencia por encima y más allá de sí mismo. Sin embargo, dicha referencia carece realmente de fundamento. La moralidad es simplemente una ayuda a la supervivencia y la reproducción. . . y otorgarle un significado más profundo es ilusorio».
Friedrich Nietzsche, el ateo más grande del siglo 19, que proclamó la muerte de Dios, entiende que la muerte de Dios significa la destrucción de todo significado y valor en la vida.
Creo que Friedrich Nietzsche tenía razón. Pero debemos ser muy cuidadosos en este punto. La pregunta aquí no es«¿Tenemos que creer en Dios con el fin de llevar una vida moralmente recta?». No estoy reivindicando el que debemos. Tampoco es la pregunta: «¿Podemos reconocer los valores morales objetivos sin creer en Dios?». Pienso que podemos.
Más bien la pregunta es: «Si Dios no existe, ¿existen los valores morales objetivos?». Tal como Ruse, no veo ninguna razón para pensar que, en ausencia de Dios, la moral de rebaño desarrollada por el homo sapiens sea objetiva. Después de todo, si no hay Dios, entonces ¿qué hay de tan especial en los seres humanos? No son más que subproductos accidentales de la naturaleza que han evolucionado en un tiempo relativamente reciente, sobre un punto infinitesimal de polvo perdido en algún lugar de un universo hostil y sin sentido, y que están condenados a perecer de forma individual y colectiva en un tiempo relativamente breve. Desde el punto de vista ateo, ciertas acciones, como por ejemplo, la violación, no son socialmente beneficiosas, y así, en el curso del desarrollo humano, se ha convertido en un tabú. Pero esto no contribuye absolutamente en nada a probar que la violación es realmente mala. Desde el punto de vista ateo, no hay nada realmentemalo en violar a alguien. Por lo tanto, sin Dios no hay un bien y mal absolutos que se impongan a nuestra conciencia.
Pero el problema es que los valores objetivos sí existen, y muy en el fondo sabemos que es así. No hay más razón para negar la realidad objetiva de los valores morales, que para negar la realidad objetiva del mundo físico. Acciones como la violación, la crueldad y el maltrato infantil, no son sólo un comportamiento socialmente inaceptable. Son abominaciones morales. Algunas cosas están verdaderamente equivocadas.
Así, paradójicamente, el mal sirve de hecho para demostrar la existencia de Dios. Porque si los valores objetivos no pueden existir sin Dios y los valores objetivos sí existen, como se desprende de la realidad del mal, entonces se sigue inevitablemente que Dios existe. Así, aunque el mal, en un sentido, pone en cuestión la existencia de Dios, en un sentido más fundamental demuestra la existencia de Dios, puesto que el mal no podría existir sin Dios.
Estos puntos  son solo parte de la evidencia de que Dios existe. El destacado filósofo Alvin Plantinga ha expuesto dos docenas de argumentos a favor de la existencia de Dios. La fuerza acumulada de estos argumentos hace que sea probable que Dios exista.
En resumen, si mis tres tesis son correctas, entonces el mal no hace improbable la existencia del Dios cristiano. Por el contrario, teniendo en cuenta el alcance de la evidencia, la existencia de Dios es probable. Por lo tanto, el problema intelectual del mal no puede derrocar la existencia de Dios.
Pero esto nos lleva al problema emocional del mal. Creo que la mayoría de las personas que rechazan a Dios a causa de la maldad en el mundo, en realidad no lo hacen debido a dificultades intelectuales. Tienen, más bien, una dificultad emocional. A estas simplemente noles gusta un Dios que permita que ellos u otros sufran, y por lo tanto, no quieren tener nada que ver con él. El suyo no es más que un ateísmo de rechazo. ¿La fe cristiana tiene algo que decir a estas personas?
¡Ciertamente que sí! Porque nos dice que Dios no es una lejana tierra del ser o un Creador impersonal, sino un Padre amoroso que comparte nuestros sufrimientos y heridas. El profesor  Plantinga ha escrito:
Tal como el cristiano ve las cosas, Dios no permanece de brazos cruzados observando fríamente el sufrimiento de sus criaturas. Él entra en acción y comparte nuestro sufrimiento. Él soporta la angustia de ver a su Hijo, la segunda persona de la Trinidad, enviado a la amarga, cruel y vergonzosa muerte de cruz. Cristo estaba dispuesto a soportar las agonías del infierno mismo… con el fin de vencer al pecado, la muerte, y los males que afligen a nuestro mundo; y nos confiere una vida más gloriosa de lo que podemos imaginar. Estaba dispuesto a sufrir por nosotros; a aceptar sufrimientos de los cuales no podemos hacernos ni  la idea más remota. 
Usted ve, Jesús soportó un sufrimiento más allá de toda comprensión: Él llevó el castigo por los pecados de todo el mundo. Ninguno de nosotros puede comprender ese sufrimiento. Aunque era inocente, Él voluntariamente tomó sobre sí el castigo que no merecía, ¿y por qué?  Porque nos ama. ¿Cómo podemos rechazar a Aquel que dio todo por nosotros?
Cuando comprendemos su sacrificio y su amor por nosotros, el problema del mal se pone en una perspectiva completamente diferente. Ahora vemos claramente que el verdadero problema del mal es el problema de nuestro mal. Llenos de pecado y moralmente culpables ante Dios, la pregunta que enfrentamos no es cómo Dios puede justificarse a sí mismo ante nosotros, sino ¿cómo podemos nosotros ser justificados delante de él?
Así, paradójicamente, a pesar de que el problema del mal es la mayor objeción a la existencia de Dios, al final del día,  Dios es la única solución al problema del mal. Si Dios no existe, entonces estamos perdidos sin esperanza en un vida llena de sufrimiento gratuito e irredimible. Dios es la respuesta final al problema del mal, porque Él nos redime del mal y nos lleva al gozo eterno de una inconmensurable buena comunión consigo mismo.
William Lane Craig
Traducido de: www.reasonablefaith.org

Artículo tomado de Aguas vivas

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